jueves, 20 de marzo de 2014

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Feliz Día del Padre

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Hace ya tiempo que el sol ha decidido esconderse, pero en el taller de juguetes siempre hay luz suficiente para dibujar. Por el suelo en el que estoy sentada, hay un montón de ceras de colores, la mayoría partidas porque hago demasiada fuerza fuerza cuando trato de colorear, y al apretar sobre el papel solo consigo romperlas. Las puntas tampoco están bien afiladas, ya que de eso, se ocupa mi padre. Ahora, mientras yo pinto en el suelo, él está fuera, en la tienda. La puerta está un  poco entreabierta, siempre lo hace para tenerme vigilada, aunque de eso ya se ocupa el gato que, tumbado en el poyete de de la ventana, me observa con sus grandes ojos dorados. Me yergo un poco y me froto la nariz con el dorso de la mano, no porque tenga las manos manchadas de cera, no, a mí mancharme me da igual y nunca reparo en eso, sino porque lo hago sin dejar de rodear firmemente con mi mano la cera de color azul, o lo que queda de esta, con la que he pretendido pintar un bonito cielo. Pero con expresión crítica, observo el dibujo. El cielo que yo veo no tiene rayas diagonales, verticales, y horizontales cruzadas entre sí sin ningún orden ni ceremonia, y me siento frustrada porque yo quería regalarle el cielo a él, a mi padre... El hombre más especial del mundo, porque no solo es el que me quita el miedo cuando hay tormenta, el que que me cura las heridas, y el que me causa tantas sonrisas. También es el que hace mis juguetes, pues eso es él: un creador de juguetes.

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lunes, 10 de marzo de 2014

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La Muerte, era yo

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A mi hermana Lyanna, le gustaba llamarme Betssie.

Decía que mis padres me habían puesto un nombre agresivo. Fuerte. De mujer malvada. Y ella no me veía así. Betsabé significa "Hija del Pacto" o "Hija Séptima". Viene del hebreo Bat-Sheva, quien fue la esposa del Rey David y madre del mítico Rey Salomón. La variante alemana de este nombre, es Batsheba, pero a mi madre Elisabeta, le gustó más su forma húngara. Tal vez ella no estaba tan equivocada como mi ignorante hermana, Lyanna. Mi nombre sí que era adecuado para mí.

Tal vez, era tan acorde a mí como mi apellido, Valdemar, cuyo origen germano significa "El que Gobierna". Los Valdemar siempre hemos gozado de una reputación intachable. Sangre pura, incorrupta, una educación exquisita, y un talento que no todos llegaban a desarrollar, pero que vivía en todas y cada una de las mujeres Valdemar. Pues en cada una de las hembras de nuestra familia, habitaba una Sibila.

El gran salón de la mansión Valdemar, estaba presidido por un cuadro de nuestra matriarca, Medea Valdemar. A ella, le debía mi existencia, pues si ella no hubiera salvado a su hijo, jamás hubiéramos nacido. Pero Medea previno a su hijo Abdel de que moriría en la batalla de Stalingrado en la que habría tomado parte si no hubiera sido por la súplica de su madre, y de esta forma, nació mi padre, Fabiam Valdemar, nieto de la venerada Medea. Aquella historia, era a menudo contada por nuestro padre, cuando nos despedía a ambas cada noche para dormir... "La abuela tenía un don extraordinario, y como ella, algunas de las mujeres de su familia" Nos decía, enseñándonos a venerar a la gran Medea Valdemar como lo hacía él, como lo habían hecho sus hermanos, y como lo habían hecho sus tíos y primos. Y cuando yo le preguntaba a mi padre si algún día podría ser como ella, él siempre me decía que no. Que seria mucho más grande.

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