Respirándote
Posted in Diario, Ever Dawson, Scorpius Malfoy
Hogsmeade se sumerge en un profundo silencio roto tan solo por el sonido de los animales nocturnos, como las lechuzas que surcan los cielos entre la lechucería de Hogwarts y de Hogsmeade. La Casa de los Gritos se alza sobre un espeso banco de niebla. Scor me coge la mano con fuerza, como infundiéndome valor. "No tengas miedo", parece decirme con sus grises ojos... No entiende que yo nunca tendría miedo por mi yendo de su mano, que el único miedo que tengo, es el de perderle. Yo le miro, mientras dentro de mí, el ansía de que llegue el momento de tenerle, se hace cada ves más fuerte. Hay en mi cuerpo una urgencia extrema por sentirle dentro de mí, aunque no tan fuerte como la que tiene mi alma.
Cuando llegamos a la Casa de los Gritos, Scor tira de mi mano cruzando el jardín lleno de maleza y malas hierbas. Con la varita por delante de los dos, y con los cinco sentidos alerta, me guía a través de la oscuridad que tiembla bajo la debilidad de mi Lumos encendiendo mi varita en mi temblorosa mano.
Una vez llegamos a la entrada, abre la puerta con un Alohomora y le da un puntapié para abrirla del todo. Se asoma para comprobar que no hay nadie, y como buen Slytherin, como buen Malfoy, hace un Homenum Revelio para comprobar que no hay nadie dentro. Espera unos segundos y se vuelve sonriendo, diciéndome:
-Tenemos la casa para nosotros solos...
Añade un tono de picardía que se me contagia irremediablemente. Tira de mí con fuerza, metiéndome al interior de la casa, y cierra después con una patada. Con un rápido movimiento, me pone con la espalda contra la pared, y ambas manos a los lados de mi cabeza. Siento un escalofrío excitante, mientras recuerdo el día que me acorraló contra la pared de la Sala Común por un motivo muy distinto. Muerde mi labio inferior mientras gime profundamente y noto su erección al apretarse contra mí. Repito lo que acaba de decirme hace unos minutos mientras llevo mi mano a su entrepierna, produciéndole un escalofrío de placer.
-¿Tanto me necesitas?
Una sonrisa llena de lujuria y pasión se aparece en su hermoso rostro.
-Ni te imaginas cuanto... -me cita, mientras la punta de su lengua acaricia mis labios.
Asomo mi lengua entre mis labios para acariciar la suya, y acaricio esa parte de su cuerpo tan sensible a través de la tela de los pantalones vaqueros. La temperatura de mi cuerpo asciende, se convierte en un fuego incendiario que podría resumirme a cenizas en cuestión de segundos de ser real. Le empujo con fuerza, casi con violencia, mientras desabrocho los botones de mi abrigo acercándome a él. Por cada paso que avanzo, él retrocede uno, hasta que finalmente la pared no le impide seguir. Sonríe, mientras se deja llevar por mi juego, el cual nos excita aun más. Deslizo hacia atrás mi abrigo, dejándolo caer al polvoriento suelo y me pongo contra él. Muerdo su mentón y sus labios mientras deslizo la cremallera de su cazadora, la cual se quita después, sin dejar de besarme.
Me coge de la muñeca, y con presteza, me da la vuelva, poniéndome de espaldas a él. Ahogo una exclamación, entre una queja porque me ha apartado de sus labios, y un gemido de placer. Pone sus manos en mis pechos para apretar mi espalda contra su pecho. Desciende sus manos mientras empieza a besar mi cuello. Yo echo la cabeza hacía atrás, hasta apoyarla en su hombro, mientras una de mis manos busca su nuca y la otra se posa en el dorso de una de las suyas. Cierro los ojos, entregándome al delirio mientras su mano libre, la izquierda, baja hasta mi vientre y se posa en mi entrepierna, apretándome al mismo tiempo contra su excitación. Noto como el calor aumenta bajo su mano, entre mis muslos. Muevo mis caderas contra su mano y su sexo. Abandona esa caricia excitante para coger el borde de mi sudadera y tirar de ella hacia arriba. El frío que hace en la casa contrasta en mi piel ardiente, mis pezones se erizan bajo el sujetador blanco, marcándose en este.
Me vuelvo hacia él. Sus ojos arden de deseo. Retrocedo un paso, otro, me voy alejando de él mientras adentro al interior de la casa. Mientras, él me sigue, manteniendo su mirada. Se quita el jersey, dejándolo atrás en el suelo mientras camina. Yo siento un escalofrío al ver su torso desnudo. Saco mi varita del bolsillo de mis vaqueros y apunto a los candelabros, encendiendo las velas, pero sin perderle de vista, sin dejar de retroceder. Me detengo, manteniendo mi varita alzada contra él.. Apunto a tu entrepierna y me mira extrañado, dejando de avanzar también. Con un sencillo hechizo, hago que el botón se desprenda del ojal, y que la cremallera descienda al mismo ritmo con el que yo bajo la varita mientras me muerdo el labio. Veo como él observa el hechizo con los ojos llenos de pasión, y cuando levanta el rostro mientras se muerde el labio, me sonríe. Apunta con su varita hacia mís pantalones y hace lo mismo que yo he hecho, pero continúa, y noto como mis pantalones empiezan a deslizarse por mis muslos hasta acabar en mis tobillos. Sonrío y me acuclillo, desatando los cordones de mis zapatillas, las cuales me quito después, seguidas de los calcetines. Siempre he considerado que descalzarse, es lo menos sensual a la hora de desnudarse. Cuando me vuelvo a poner de pie, me desprendo de los pantalones retrocediendo de espaldas hacia el jergón que hay junto a la chimenea aún apagada. Me humedezco los labios, viendo como sigue avanzando. Usando el pie contrario para quitarse los zapatos, se descalza. Yo siento un escalofrío de placer mientras que con mi varita, hago que tus pantalones se deslicen a lo largo de tus piernas. Me fijo en la forma de su erección bajo los calzoncillos a la luz de las velas, y siento que me excito aún más, mientras se deshace del pantalón una vez dejo éste a la altura de sus tobillos. Yo noto que tropiezo contra el borde del jergón. Scor se detiene a apenas dos metros de distancia de mí. Me sigue apuntando con la varita. Noto el cosquilleo del tirante de mi sujetador deslizándose por mi hombro. Primero uno. Después el otro... Me quedo quieta mientras noto como el sujetador se desabrocha a mis espaldas, y cae al suelo, desprendiéndose de mí. Me miro un instante, antes de volver a su mirada. Noto como esta me acaricia los senos, un trémulo roce que hace que me derrita lentamente.Veo como mantiene la varita alzada hacia mí. Susurra un hechizo que no llego a escuchar, una fuerza que me empuja obligándome a caer contra el colchón. En ése momento escucho un Incendio que hace surgir llamas azules de la chimenea, que iluminan su cuerpo semidesnudo mientras que yo me apoyo en mis codos para incorporarme. Se ha acercado a mí un paso más y apunta a mis caderas. Noto que algo tira de mi ropa interior, la fuerza de una magia temblorosa que surge de su varita, la cual veo temblar en su mano izquierda. Levanto mis nalgas del colchón un poco, unos milímetros, los suficientes para que mi ropa interior se deslice por mis muslos, mientras que él mueve la varita hacia atrás, como si tirara de ellas.
Siento la humedad entre mis muslos, el calor que surge de mi cuerpo. Sigo el curso de mi ropa interior, viendo como una fuerza invisible las arrastra. Levanto un poco los pies y estas los rozan al salir de estos. Me mantengo un poco incorporada, apoyada en mis codos, completamente desnuda, tumbada delante de él. Veo como se acerca a mí, hasta ponerse de pie delante del jergón en el que yo estoy tumbada. Sus manos van hasta sus calzoncillos, y se los baja, esta vez, sin usar más magia que la de sus manos. Veo sus calzoncillos caer a sus tobillos, tras liberar la pasión que se ha desatado debajo de estos. Siento que el calor de la chimenea apenas es nada comparado con el que hay en mí, mientras contemplo su sexo mordiéndome el labio, deseando tenerle dentro de mí.
Scor se arrodilla delante de mí. Su mano hábil, la indiestra, se posa en mi tobillo y asciende por mi pierna mientras se inclina sobre mí. Besa mi rodilla, mientras la coge separando mis muslos. Sus labios húmedos, y su lengua, dibujan una senda por la cara interna de mi muslo izquierdo. Un escalofrío de placer me recorre el cuerpo mientras intuyo lo que va a hacer. Cuando sus labios llegan a su destino, cierro los ojos mientras un ronco gemido de placer deja mis labios y muere en el aire de aquella casa fría y vieja, echando la cabeza hacia atrás mientras un escalofrío de placer me sacude, una corriente eléctrica que recorre mis entrañas y hace activarse todas y cada una de mis terminaciones nerviosas. Noto el movimiento de su lengua caliente y húmeda, hábil y precisa, rozando la parte más sensible de mi cuerpo. Me dejo caer en el jergón, derrotada, mientras mis manos temblorosas se enredan a su pelo. Indico con un suave tirón de su cabello rubio el lugar exacto al que quiero dirigirle, y responde a esa orden, ejerciendo la presión exacta, en el lugar exacto, a la velocidad exacta. Levanto mis caderas contra su boca, moviéndolas suavemente. Los gemidos se acentúan mientras caigo en la locura del placer que me ofrece ésa lengua caliente recorriendo mi sexo de forma pecaminosa. Hace poco que aprendió a darme placer de esa forma, algo que él nunca antes había experimentado, y ahora es algo que parece disfrutar casi tanto como yo.
Es un placer desmedido, algo que no conoce fronteras. Bajo los placeres de la carne, la mente se adormece, pasa a un segundo plano en el que el pensamiento queda a oscuras, bajo los efectos casi narcóticos del delirio. Mi cuerpo entero tiembla, se quema lentamente, víctima de un fuego dulce en el que me dejo arder. Sus manos se posan en mi cuerpo, una en mi nalga, la otra en mi cadera, me mueve al mismo ritmo con el que yo me muevo mientras busco más, el crecimiento exacerbado de un placer que empieza a apoderarse de todos mis sentidos. Estiro mis piernas, arqueo mi espalda, echo la cabeza hacia atrás y empujo mi pelvis contra él, en un último y desesperado intento por alcanzar la cumbre, la cual encuentro unos segundos después. Una explosión multicolor de sensaciones sin parangón que toman mi cuerpo por conquista. Mi corazón se descontrola, puedo oír mis propios latidos mientras tiro de su pelo, gimo y jadeo en busca de aliento porque apenas me queda aire en los pulmones. Abro los ojos y veo las llamas de la chimenea poco antes de volverme hacia él, entre mis muslos, aún deleitándose del sabor que mi placer ha vertido sobre sus labios. Me mira con lascivia, y leo en sus ojos una sonrisa triunfal, la sonrisa triunfal de alguien que ha ganado una batalla en una tierra que ya ha conquistado: mi cuerpo.
Asciende hacia mí, besando mi vientre, lamiéndolo con frenesí. Se detiene en mis pechos, devorándolos y disfrutando de ellos, mientras yo le acaricio la espalda sudorosa y la nuca. Asciende por mi cuello hasta mi boca, la cual beso, encontrando en ella miles de sensaciones nuevas. Le rodeo con mis brazos y me muevo, instándole a girar hacia mi izquierda. Se posa sobre el jergón obedeciendo mi orden y me subo a su cuerpo, a horcajadas sobre sus caderas, echándome sobre su pecho, sin apartarme de su boca, bebiendo de su aliento... Respirándole.
Mis ojos se encuentran con los suyos mientras mi mano derecha desciende por su pecho. Tomo en mi mano su erecto sexo, deslizándola hacia arriba y abajo varias veces proporcionándole placer sin apartar mi mirada de la suya. Gime contra mis labios, mordiéndose el suyo mientras mis caricias le proporcionan un placer que recorre su cuerpo en lentas marejadas. Coloco mis caderas a la altura de su pelvis. Con mi mano, coloco su sexo en el lugar preciso y le adentro en mi cuerpo mientras muevo mis caderas hacia él. Levanta la cabeza unos instantes cuando eso ocurre, cerrando los ojos y dejándola caer de nuevo contra el colchón mientras se muerde el labio cuando yo me siento sobre sus caderas, echándome hacia atrás completamente, llevándole a lo más profundo de mí. Sus manos van hasta mis caderas. Me mueven, me guían hacia el camino de su placer, mientras yo me balanceo sobre él. Un escalofrío vuelve a recorrer mi cuerpo, el placer dulce, lento, intenso, de tenerle dentro de mí, a mi merced. Mis gemidos se acompasan con los suyos, mantienen el mismo ritmo que nuestros movimientos, los cuales ocurren de forma rítmica, casi a una misma vez, como si ambos fuéramos un solo ser en busca de un mismo objetivo. Cojo sus manos, las llevo hasta mis pechos, dejando que sus dedos los rodeen, provocando que mi placer aumente. Le miro a los ojos... Sus ojos, sometidos al delirio del placer punzante, casi doloroso, que nos gobierna y nos esclaviza.
Sus dedos se clavan en mis pechos con fuerza, casi haciéndome daño. Ese dolor hace que me estremezca. Echo hacia atrás mi cabeza mientras incremento la velocidad de mis movimientos, haciendo que estos sean más profundos. Mi cuerpo se consume en ése fuego al que él me conduce, un fuego cuyas llamas me lamen. Sus manos están en mis pechos, en mis caderas, mis nalgas y mi cintura. Sus ojos están en los míos. Me muevo con mayor fuerza, más deprisa, y él se mueve conmigo. Me estremezco, tensando todos mis músculos, el placer se hace más fuerte, tan fuerte que siento que no puedo contenerlo. Le miro a los ojos, veo su piel brillante por el sudor iluminada por el fuego, sus ojos ardiendo de pura pasión, sus músculos tensos, su mirada que va de mis ojos hacia nuestros cuerpos en el punto en el que estos se unen, lugar al que yo también miro sintiendo que mi cuerpo entero sucumbe al suyo. Apenas tres movimientos, firmes, concisos, frenéticos, exactos, casi violentos, me separan de ese instante que tres movimientos firmes, concisos, frenéticos, exactos y casi violentos después, alcanzo finalmente, mientras un profundo gemido, casi un lamento que podría haber sido confundido con un gemido de dolor, deja mi garganta con un escalofrío. Ese instante dura apenas doce segundos, segundos en los que noto como mi interior se cierra varias veces alrededor de su sexo en lentas contracciones, y como una densa calidez me recorre por dentro. Le miro a los ojos cuando escucho su profundo gemido, el más intenso, el gemido final... Observo sus gestos, tan excitantemente bellos, como se muerde el labio hasta hacerse daño, echando la cabeza hacia atrás, mientras yo observo como la vena de su cuello late frenéticamente. Dentro de mí, su placer se convierte en un excitante torrente que me llena de vida, y me relajo lentamente mientras me voy echando sobre su cuerpo. Mi mano izquierda se posa en su pecho, en su corazón latiendo, golpeando mi mano con tanta fuerza que hasta puedo notarlo. Le miro a los ojos, y siento que me emociono. Es mío. Mío... Y no dejaré que nadie me lo quite, ni siquiera la muerte de la que le esconderé sea como sea.
Me mira, me sonríe, pleno de dicha y de felicidad. No hay nada más fuerte que nosotros. Nada que pueda estar por encima de ninguno de los dos. Acerca su rostro al mío para besarme mientras sus manos se posan en mi nuca. Su beso es caliente, dulce, sabe a vida, la misma vida con la que me ha llenado, la misma vida que he puesto en cada uno de los movimientos de nuestro acto carnal, el cual hemos convertido en un pacto sagrado.
-Te quiero, Ever Dawson...
Murmura, apenas sin alejar sus labios de los míos. Abro los ojos para mirarle, viendo sus párpados cerrados, pero como si sintiera que le estoy mirando, él también abre los ojos y me mira. No quiero decir nada, solo quiero besarle, y vuelvo a hacerlo. Dejo que sus labios sean el bálsamo que alivie todos mis males. Me aparto de él, sacándole de mi interior, y me tumbo a su lado, boca abajo, echando mi pelo sobre mi hombro derecho. Beso su hombro, en el cual apoyo mi mejilla, mientras dejo mi mano aún sobre su pecho. Siento ése latido. Cada vez se hace más calmado, más relajado. Poco a poco se va normalizando, y yo cierro los ojos, concentrándome en él.
-¿En qué piensas?
Me pregunta. Abro los ojos para mirarle.
-En los latidos de tu corazón.
Una carcajada se escapa de tus labios. Yo sonrío, contagiada de esa algarabía que tanto necesito.
-¿Te gustan?
Recuerdo mi futuro. La idea de que ése latido no exista en mi futuro me sobrecoge y no puedo evitar un escalofrío. Debe pensar que es de frío y atrae hasta nosotros una manta cercana, echándola sobre mí espalda, mientras se gira de costado hacia mi.
-No solo me gustan. Los necesito...
Sonríe y deja un beso sobre mi nuca, tras apartar el pelo.
-¿Quieres escucharlos?
Le miro, asintiendo con la cabeza y él se tumba bocarriba.
-Ven.
Me dice. Me apoyo en la dulce almohada de su pecho, con el oído en el centro de este. Escucho sus latidos. Segundos hacia el futuro, un futuro en el que se detendrá. Las lágrimas se agolpan en mi mirada pensando en esa realidad, y mi cara dibuja el dolor, pero él no puede verme. Noto sus manos en mi pelo.
-¿Lo oyes? -Asiento con la cabeza, mordiéndome el labio para no llorar- ¿Y qué te dice?
Una sonrisa se mezcla con la primera lágrima, la que cae a tu pecho, perdiéndose en este. No sé si la advierte. Tal vez lo haga y crea que simplemente es por emoción, la emoción de estar ahí, desnuda, sudorosa y plena de él, en una casa abandonada, solos con las hadas que hacen guardia en el jardín. Trago saliva con fuerza.
-Que me quieres mucho...
Murmuro, y cierro los ojos, abrazándole con fuerza, mientras escucho ése corazón que necesito seguir oyendo durante el resto de mi vida.
-Pues entonces es que le entiendes... Es lo que te está contando... Que te quiero muchísimo, Ever. Muchísimo. Y siempre te voy querer.
Muchísimo. Muchísimo... Cierro los ojos con fuerza, y le abrazo con mayor fuerza aún.
-¿Me lo juras?
Oigo una sonrisa. Una sonrisa que acaricia mi cabello segundos antes de notar en este un beso que se posa entre mis cabellos dorados.
-Te lo juro.
Esta vez no quiero que me lo jure por miedo a que deje de quererme. Quiero que me lo jure porque si me jura que me querrá siempre, me jurará que siempre estará ahí para cumplir ese juramento. Me quedo en silencio, con los ojos cerrados, escuchando ese latido. Su latido. El latido de mi tiempo, latidos que marcan el tiempo que nos queda... Sin saber cuanto era.
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