martes, 9 de julio de 2013

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La niña que se hizo mayor

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Querida Desconocida:

Te escribo estas líneas sabiendo que nunca las vas a leer porque ni siquiera sé quien eres, igual que tampoco tú sabes quien soy yo. Eres tú, la que nunca sabrás quien soy porque nunca quisiste saberlo.

Hace mucho tiempo que no te escribo. Mi última carta para ti fue el Día de la Madre, si, ese día que no es tuyo porque jamás te ha pertenecido, pues tu rehusaste ser mi madre. Muchas cosas han pasado desde ese día en el que te escribí por última vez.

¿Recuerdas a aquella niña que pesaba poco más de tres kilos y que abandonaste en la puerta de la casa del hombre al que le partiste el corazón después de dejar que me engendrara en tu vientre? Esa niña a la que abandonaste desnuda, pues aunque llevara ropa estaba desnuda pues estaba desprovista de nombre, y que creció feliz y sin echarte de menos porque ese hombre supo compensar con creces tu ausencia, ya no es una niña. Esa niña se ha hecho mayor.

 Muchas veces te he hablado de él en mis cartas. ¿Recuerdas a aquél chico que se metía conmigo? ¿El qué nunca me hacía caso? Pues ahora ya soy capaz de aceptar por qué siempre me hizo tanto daño que no me hiciera caso, pues me di cuenta de que me importaba cuando empezó a importarme que no le importara. Seguramente, si tú hubieras estado a mi lado, te hubieras...
dado cuenta antes que yo de que estaba enamorada de ese chico perfecto que veía a todas perfectas menos a mi, porque a sus ojos era imposible que lo fuera. Mi padre no, porque un padre no puede notar esas cosas, pero una madre si. Tú lo habrías notado antes que yo misma. Me habrías aconsejado, tal vez me habrías dicho que hiciera lo que papá siempre me dijo que hiciera: "No dejes que tus sueños sean como esas mariposas que a veces se cuelan en casa en verano, y en lugar de quedarnos con ellas, las dejamos ir"

Y eso hice. Fui tras él, porque sabía que él jamás iría detrás de mí. ¿Sabes lo bonito que fue decirle que quería que fuera inolvidable, Querida Desconocida? Tuve miedo al hacerlo, pero la necesidad era más fuerte y sentí una enorme liberación. Fue hermoso, pero no tanto como sentir que por fin se realizaba mi sueño: me besaba, yo le besaba a él... Ni siquiera en sueños había sentido sus labios y en ese momento eran míos, solo para mí. Y ese beso fue hermoso, pero sentir la profunda herida que mató a mi inocencia en una dulce y lenta tortura de placentero dolor, fue tan bello que apenas hoy, tantos días después, soy capaz de encontrar las palabras...

¿Sabes, Querida Desconocida? Cuando llegué al castillo con las piernas temblorosas y los muslos adoloridos, y aquella mancha de sangre que tantas cosas representaba en mi ropa interior, me hubiera gustado poder contarle a alguien lo que acababa de ocurrir. Poder dejar que alguien viera mi sonrisa, la sonrisa lozana de mi cuerpo virgen ahora gozado y realizado. ¿Sabes quién habría escuchado esa confesión? Mi madre, si la hubiera tenido.

¿Sabes, mamá? La habría dicho, con voz queda, algo rota por la vergüenza, resentida por la felicidad, aterida por el placer, baja por la dicha, muerta por el dolor de creer que sería una primera y única vez con él. Acabo de perder la virginidad con la persona de la que siempre he estado enamorada y ha sido lo más bonito que me ha pasado. Ahora llevo en mi alma la mordedura de su veneno, y esa cicatriz me acompañará aún cuando mi cuerpo sea un montón de cenizas que esparcirá el tiempo y el olvido. Ahora tengo la marca de su placer y de mi inocencia en mi ropa, y el corazón en un puño porque me ha dado lo más bello que podía darme, pero nunca me lo volverá a dar

Una madre habría estado ahí. Me habría abrazado, se habría emocionado al darse cuenta de que su hija ya no es una niña y que un hombre ha mancillado su pureza transformándola en una mujer que ahora tendría la mácula del primer pecado en su alma por el resto de sus días, esa mácula que la hará vulnerable al dolor y susceptible a la vida. ¿Habría sido feliz por mi? ¿Me habría reprendido por ir tras él y dejar que me robara la inocencia aún creyendo que no quería quedársela?

Una madre habría estado ahí, cuando él llegó días después a decirme que quería estar conmigo siempre. Yo le habría contado por la mañana cuan bonito fue temblar de placer en sus brazos en aquella casa abandonada. Habría estado ahí, escuchándome aunque en silencio odiara al hombre que tarde o temprano le robara a su niña.

Pero, Querida Desconocida: no estás. No estás, porque no eres mi madre. No quisiste serlo y todavía a veces me pregunto: ¿Por qué? ¿Que había en mí para que tú no quisieras que fuera tu hija? Me privaste de la leche de tus pechos, de tu protección y de tus consejos, me privaste del derecho de contarte todos mis secretos, del de pedirte consejos, del de confesarte por las noches sonriendo y con las mejillas encendidas todas las cosas que vivo con él, aunque siempre me guardara alguna para mí.

¿Por qué, Desconocida?

A veces me pregunto tantas cosas que nunca me responderás, que todavía no sé porque sigo haciéndote preguntas, pero tantos años después, me lo sigo preguntando: ¿Cómo me llamabas cuando no tenía nombre?

Ni siquiera te molestaste en darme uno, pero mi padre ya se ocupó de darme el más bonito de todos: Ever. Porque a veces Nunca significa lo mismo que Siempre. ¿Y sabes qué? Él me dijo que nunca se iría de mi lado. Y al decirlo, dijo mi nombre.

Adiós, querida desconocida. No te envío esta carta, porque eres una desconocida, y aunque no lo fueras, tampoco te la enviaría. Prefiero que seas la Desconocida madre de tu desconocida hija, la que nunca sabrás quien es, porque tal vez ni ella misma lo sepa.

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