La Casa de los Gritos
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Muchas de las salidas que se hicieron famosas en la Segunda Guerra Mágica, fueron bloqueadas tras la reconstrucción del Castillo, o desaparecieron en los desperfectos que sufrió Hogwarts. Pero algunos avispados encontraron otros pasadizos, título que compete a los Merodeadores de la Tercera Generación. Solo esperaba, que siendo la novia del mejor amigo del hermano de uno de ellos, me dieran el privilegio de saber al menos uno de esos pasadizos.
Como cada viernes, comienzo la aventura de mi vida. Salir a hurtadillas, despistar al auror del vestibulo, esconderme tras la columna y correr hacia la puerta tras usar alguna artimaña de despiste. Pero tarde o temprano acabarán pillándome, y ya que es una ley establecida, me quitarán puntos y el resto de mis compañeros de casa, me odiarán.
Hoy, además, llevaba un añadido a mis espaldas: mi guitarra, silenciosa y...
durmiente dentro de su funda, de cuya asa la llevaba colgada, y la mochila, que pesaba en mi espalda mucho, aunque menos de lo que debería pesar, teniendo en cuenta que iba mucho más cargada de lo que aparentaba. Pero eso, al fin y al cabo, es la magia.
durmiente dentro de su funda, de cuya asa la llevaba colgada, y la mochila, que pesaba en mi espalda mucho, aunque menos de lo que debería pesar, teniendo en cuenta que iba mucho más cargada de lo que aparentaba. Pero eso, al fin y al cabo, es la magia.
Hace mucho que no toco la guitarra. Años que no lo hago delante de nadie. Solo mi padre, Arya y Liesel me han visto tocar la guitarra, y me han oído cantar, a excepción de los alumnos Slytherin y la auror Gwendolyn Gladwyn el día de mi décimo séptimo cumpleaños, cuando Arya y yo empezamos a cantar, a causa de los efectos del ron de grosella. Pero ése día, no iba en serio, no me preocupaba de afinar ni de coger el tono necesario, solo quería llamar la atención de Scorpius deshinibiéndome un poco. Sonrío mientras recuerdo eso camino al lugar al que me dirijo. Al final conseguí captar la atención de Azariel, aunque eso si, enfadé a Scor.
Hace frío. Llevo puestos unos tejanos descoloridos, un jersey amplio y una cazadora de cuero. Mis gruesas botas se hunden en el húmedo césped, y a los lejos, entre la niebla que empieza a caer, veo el Sauce Boxeador.
Entrecierro los ojos. Siempre he sentido que lo prohibido tenía una preciosa voz que me llamaba, una voz que nunca he podido eludir del todo. Aquel árbol con fama de peleón albergaba un pasadizo hacia la casa más encantada de Inglaterra... Y el escenario de mis más pecaminosas fantasías. El viejo árbol llevaba ahí más de cincuenta años, cuando fue plantado para enmascarar el pasadizo que Remus Lupin necesitaba para esconderse en la vieja casa durante sus transformaciones. Estaba prohibido acercarse mucho a él desde que un chico perdió el ojo jugando a ser el más valiente. Había oído que la única manera de paralizar al árbol, era tocando un nudo concreto de su tronco, que al parecer, era fácil de identificar... Aunque lo que no era tan fácil era acercarse lo suficiente para verlo. Cuando estoy a pocos metros del árbol, escucho el rumor de sus ramas al moverse. Hago un Lumos, leve, pues ya oscurece cada vez más temprano, para no alertar en la distancia a nadie, pero que me ilumine lo suficiente para ver la gran masa de resina y madera, agitándose bajo las tinieblas. Me coloco la guitarra en el hombro izquierdo, y mantengo alzada la varita, iluminando el tronco. Me acerco un poco más. Puedo ver muchos nudos, algunos que sobresalen más que otros, otros que parecen más definidos que otros. Rodeo el árbol. Calculo la distancia de las poderosas ramas, que parecen musculosos brazos de madera. Resuelvo que puedo acercarme un poco más... Avanzo un paso, sigilosamente, como si el viejo árbol pudiera oírme o verme, y de alguna manera estaba claro que era así, puesto que parecía dormido hasta que yo estuve a menos de seis metros de sus enrrevesadas raíces. Arriesgo con un poco más de luz con mi varita y veo un nudo que parece tener forma similar a un corazón. Seguro que es ése...
En ese momento oigo un ruido, un chasquido justo encima de mí. Tengo tiempo suficiente para tirarme al suelo y rodar cuando una de sus ramas, como puños violentos, viene hacia mí a una velocidad de vértigo e impactando con el suelo arrancando algo de hierba y levantando un géiser de tierra. Aprovecho para apuntar al nudo al ponerme de pie, y lanzar un Flipendo a éste, que actúa como un puñetazo y el árbol se queda paralizado. No puedo perder mucho tiempo. Busco entre las raíces el hueco al pasadizo, emocionada por que llevo mucho tiempo queriendo hacer eso y por fin lo estoy haciendo. Con rapidez y una agilidad que me sorprende hasta a mí, me siento en el suelo, dejo caer la guitarra y después, me deslizo por el hueco, asiéndome a las raíces que lo rodean, y escurriéndome al interior, hasta caer de pie a poca profundidad.
En ese momento oigo un ruido, un chasquido justo encima de mí. Tengo tiempo suficiente para tirarme al suelo y rodar cuando una de sus ramas, como puños violentos, viene hacia mí a una velocidad de vértigo e impactando con el suelo arrancando algo de hierba y levantando un géiser de tierra. Aprovecho para apuntar al nudo al ponerme de pie, y lanzar un Flipendo a éste, que actúa como un puñetazo y el árbol se queda paralizado. No puedo perder mucho tiempo. Busco entre las raíces el hueco al pasadizo, emocionada por que llevo mucho tiempo queriendo hacer eso y por fin lo estoy haciendo. Con rapidez y una agilidad que me sorprende hasta a mí, me siento en el suelo, dejo caer la guitarra y después, me deslizo por el hueco, asiéndome a las raíces que lo rodean, y escurriéndome al interior, hasta caer de pie a poca profundidad.
La varita se ilumina. Me deja ver un túnel que se alarga mucho, y las raíces que, a modo de escalera de mano, conducen hacia el exterior para facilitar el ascenso hacia el lugar por el que he bajado de un salto. Sonrío. Huele a raíces, a la profundidad de la tierra, y a humedad. Cargo con la guitarra, echándomela al hombro, y continúo mi camino por el largo túnel. Mientras camino pienso en todas esas historias que he oído acerca de ese lugar. ¿Cuántas veces recorrería ese mismo camino Remus Lupin durante su época de estudiante en Hogwarts? Cada luna llena, sus pasos le llevaban hasta allí, a recorrer ese camino... Miro hacia atrás. Nadie me sigue, pues nadie me perseguirá ahí.
El túnel es más largo de lo que pensaba. Acabo llegando poco después de diez minutos andando a través de un túnel cada vez más oscuro, angosto y viciado. El túnel acaba en una abertura angosta, en la parte superior del mismo. Subo primero mi guitarra, y después me impulso asiéndome al borde, subiendo arriba y saliendo al exterior. Por fin puedo respirar aire que no huele a tierra y profundidad... Aunque ahora respiro aire con hedor a ruina. Me arrastro hasta el suelo, y miro a mi alrededor.
-¡Lumos Máxima!
El enorme haz de luz hace que toda la estancia se ilumine. Una radiante sonrisa se aposta en mi cara. El viejo piano roto, la chimenea semiderruida, las paredes arañadas por las garras de Remus durante sus transformaciones. Polvo y ruina, la herrumbre de muchos años condenada al silencio del olvido y el abandono. Muchas historias me hablan desde la memoria de aquellas paredes que ahora están calladas y silenciosas. La muerte de Severus Snape, las agonizantes noches de luna llena padeciendo el dolor de la licantropía de Remus Lupin... Y más recientemente la muerte de April Ross, en esa misma estancia. No puedo evitar que un escalofrío recorra todo mi cuerpo al imaginar tal barbarie, pero los grandes filósofos y los más famosos pensadores siempre lo han dicho: la muerte nos acerca más a la vida.
Dejo la guitarra en el suelo, junto a la mochila. Me quito la cazadora y la dejo sobre una silla polvorienta tras apuntar con mi varita y limpiar ésta de telas de araña y polvo. Usando la varita, y aprovechando la intensidad menguante del Lumos Máxima, localizo los candelabros y voy encendiendo las velas que aún quedan en estos. El olor a polvo quemado mana de las mechas resecas que chispean cuando la punta flamígera de mi varita, las rozan brevemente pendiendo una llama que se hace lo suficientemente grande tras vacilar un poco en encenderse.
Miro alrededor. Tantos años queriendo estar ahí dentro, siguiendo el dictado de mi espíritu rebelde, y por fin estoy ahí. Una casa ruinosa, un cuadro indescriptible con un destrozado lienzo, una chimenea y un piano roto... Son las cosas que más destaco del lugar con el que tantas veces he soñado. No veo ninguna ventana, solo una, que parece cerrada de forma imposible de abrir. Antaño, esta casa no tenía puertas ni ventanas. Debía formar parte de la magia del lugar que el director Dumbledore hizo para que nadie descubriera a Remus. Sin embargo, en algún momento posterior a la Segunda Guerra Mágica, eso cambió. Ahora tenía al menos ésa ventana, y una puerta en una angosta entrada, de aspecto destartalado y pesado.
Junto a la chimenea hay un viejo catre y una mesa en la que todavía quedan algunos platos, una botella de vidrio con una vela apagada, y algunos insectos que huyen cuando acerco la luz. Voy hasta mi mochila, y la acerco a la chimenea, ante la que me acuclillo. Los leños están muy secos, tal vez demasiado, pero probablemente prendan con un Incendio. Cuando hago este, algunas llamas azules titubean en los leños, hasta que estos, finalmente prenden. Me froto las manos delante del fuego, estimulando la circulación sanguinea, ya que mis dedos se han quedado entumecidos.
Una vez mis manos están menos entumecidas, abro la mochila. Me asomo a esta y veo una especie de pozo sin fondo, ya que el hechizo de espacio infinito la hace precisamente eso, infinita. Con un Accio, atraigo las cosas que necesito. Velas nuevas y perfumadas, una manta que echo sobre el catre, y otros enseres. Si, ése será mi refugio. Hace demasiado frío en ese banco de Hogsmeade, y hay demasiada gente en las Tres Escobas. Y si quiero tocar la guitarra para que él me vea hacerlo, tendrá que ser ahí, donde nadie más me oiga.
Una vez mis manos están menos entumecidas, abro la mochila. Me asomo a esta y veo una especie de pozo sin fondo, ya que el hechizo de espacio infinito la hace precisamente eso, infinita. Con un Accio, atraigo las cosas que necesito. Velas nuevas y perfumadas, una manta que echo sobre el catre, y otros enseres. Si, ése será mi refugio. Hace demasiado frío en ese banco de Hogsmeade, y hay demasiada gente en las Tres Escobas. Y si quiero tocar la guitarra para que él me vea hacerlo, tendrá que ser ahí, donde nadie más me oiga.
Cuando termino de colocarlo todo, y de limpiar las telas de araña y el polvo con algunos sencillos hechizos, miro alrededor, con una sonrisa...
La Casa de los Gritos... Mi pequeño refugio.
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