martes, 13 de agosto de 2013

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Una larga vida

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Aquella mañana de finales de agosto, el Callejón Diagón bullía de actividad. Cientos de personas iban de un lado para otro, se amontonaban a las puertas de las tiendas, y recorrían el callejón, mostrando una enorme algarabía. ¿La razón? En menos de una semana, comenzaba el curso 2017-2018 en Hogwarts. Para muchos, era como “volver a casa” tras un largo y aburrido verano. Para otros, su Primer Año en la escuela con la que siempre habían soñado, de la que se habían contado tantas historias heroicas. Por la calle escuchaba a los niños de mi misma edad hablar de las casas. Todos querían ser Gryffindor, como Harry Potter y sus amigos, y nadie quería ser Hufflepuff. Pero al márgen de las casas, todos estaban contentos de que por fin, podrían sentarse en el Gran Comedor.
 En cambio yo, caminaba por la atestada calle sintiendo una inmensa fobia a la multitud, aferrada a la mano de mi padre, el único nexo que me mantenía atada al mundo real. No estaba contenta, no tenía ganas de ir a Hogwarts, ni de estar separada...
de mi padre todo el año. No me apetecía dormir con tres desconocidas, ni sentarme a la mesa con gente que se burlaría de mi hermetismo y de mi falta de comunicación. No quería estar lejos de él.
  -¿Qué te pasa?
 Vuelvo la vista para mirar a mi padre. Ni siquiera sus ojos pueden darme la seguridad que hoy necesito. Niego con la cabeza y vuelvo a mirar al suelo.
   -Estás nerviosa, ¿verdad?
 Me dice. Encojo mis hombros.
   -No, papá. Solo que no quiero ir a Hogwarts
 Exclamo. Mi padre se detiene. Se acuclilla a mi lado y me coge de los hombros, haciendo que me vuelva hacia él.
   -¿Por qué dices eso?
 Te miro fijamente, con la cabeza agachada. Me da miedo de pensar en como serán mis noches sin tu beso de buenas noches, o de tus manos arropándome antes de dormir.
   -Porque no quiero estar lejos de ti.
 Mi padre me sonríe con cierta tristeza.
   -Vamos, princesa. En Hogwarts tendrás muchos amigos, te divertirás muchísimo en las clases y estarás como si fuera tu propia casa. Te lo digo yo, que he estado ahí.
    -¿Muchos amigos? -pregunto, nada convencida- Yo no quiero tener amigos...
   -Pues claro que quieres tenerlos. Y tendrás muchos, porque eres una niña adorable, pequeña -mi padre mira a la calle- Y además, ¿sabes cuantas cosas vas a aprender ahí?
 Bajo la mirada hacia mis desgastados zapatos. Rememoro todas las historias que me ha contado antes de dormir por las noches, acerca de aquella sala común que compartió con Harry Potter, Ron Weasley y Hermione Granger, sus compañeros de casa, un curso más que él. Él estuvo ahí cuando abrieron la Cámara de los Secretos en su primer año, cuando Hogwarts se llenó de Dementores o cuando hicieron el Torneo de los Tres Magos. Él creyó que Harry Potter decía la verdad cuando el Profeta aseguraba lo contrario, estuvo en el funeral de Albus Dumbledore, y participó en la Batalla de Hogwarts. Todas esas historias eran las historias de un héroe, pero... Yo no había nacido para ser una heroína, Harry Potter no estaba ya en Hogwarts, ni habría batalla en la que salvar el mundo mágico.
   -Supongo que muchas -digo, poco convencida.
   -Pues claro que muchas. Lo primero: volar. Te va a encantar volar en escoba -sonrío- En Primer Año no puedes tener escoba propia, pero el año que viene te compraré una como esta, verás.
 Mi padre se levanta y tira de mi mano. Me acerca a la tienda de artículos de Quidditch, que está llena. Hay cientos de niños curioseando las preciosas escobas expuestas. Mi padre señala una.
   -La Cometa de Fuego -me dice- Es la novedad de este año, la más rápida del mundo -le miro, sonríe como el niño que todavía no ha dejado de ser- ¿Verdad que es preciosa?
 Me fijo en el cartel junto a la preciosa escoba. 72 galeones. Apoyo mis manos y mi frente en el cristal, afligida.
   -Si, papá... Es preciosa. 
 Mi padre me mira.
   -¿Y a qué viene esa cara entonces?
 Te miro.
   -Porque es muy cara.
 Mi padre sonríe de nuevo.
   -¿Y qué? Te la compraré igual -me coge de la mano- Venga, vamos a comprar. ¿Sabes por donde vamos a empezar? -niego con la cabeza mientras mi padre me guía por el concurrido callejón- Por la varita.
 Por primera vez, sonrío.
 Desde pequeña, sentí una tremenda fascinación por la varita de mi padre. Tanto que tenía que ponerla siempre fuera de mi alcance para que no se la cogiera e hiciera un desastre.
 Mi padre me llevó hasta Ollivander's. Había comprado ahí su varita, y a menudo había hablado orgulloso de ese instante mágico. Siempre decía que cuando una varita elige a un mago, es cuando se crea ese vínculo tan especial entre la persona que somos y la magia que tenemos. Según él, no hay nada más importante para un mago que su varita, y estaba tan ilusionado en que yo comprara la mía, como cuando lo estuvo al comprar la suya hacía 25 años.
 Aquella tienda olía a tiempo. Llevaba ahí casi un siglo, y en las paredes se percibía el aroma a esos siglos, condensados en historia. Había cientos de cajas apiladas en los estantes tras el mostrador, y todo el mobiliario era clásico y sobrio, con una iluminación cálida, suficiente, pero baja. Garrick Ollivander tendría cerca de 100 años. En ocasiones, uno de sus hijos le ayudaba en el negocio, pero esa mañana estaba solo. Se volvió del estante encaramado a la escalera en la que estaba subido y al ver a mi padre, sonrió.
   -¡Señor Dawson! -sonríe, mientras baja las escaleras- Qué alegría verle por aquí de nuevo... -se aproxima al mostrador ante el cual nos hemos detenido y extiende la mano- ¿Cómo va el negocio?
 Mi padre estrecha la mano del anciano:
   -No me quejo, nos da para vivir.
 Ollivander señala a mi padre:
   -Sicomoro, 29 centímetros, pelo de Unicornio, inflexible.
 Mi padre sonríe.
    -Ya veo que, tal y como dicen, nunca olvida una varita que vende.
   -Así es, señor Dawson. Supongo que con sus juguetes, la varita de Sicomoro no arderá nunca, ya que tiene muchas cosas nuevas que hacer cada día -soríe y me mira- ¿Y esta preciosidad?
 Miro a mi padre, esperando que sea él el que hable, pues la inseguridad es algo que siempre me ha caracterizado.
   -Es mi hija, Ever.
 El hombre frunce el ceño al oír el nombre, como hace casi todo el mundo cuando lo oye.
   -Curioso nombre... -el anciano me mira como si me estuviera estudiando, pero yo mantengo firmemente su mirada y la cabeza alta- Vaya, orgullosa y segura de si misma, por lo que veo... Estoy seguro de que encontraremos una varita a su medida, jovencita.
 Intento mostrar una sonrisa amable, pero apenas logro definirla en mi rostro. Ollivander se da la vuelta y busca por entre las centenas de cajas amontonadas en su negocio, con los dedos tamborileando su barbilla.  Aunque en lo de orgullosa ha acertado, se ha equivocado en el resto, y dudo que haya acertado cuando le veo coger una caja alargada de color marrón oscuro. Vuelve con ella y la deja sobre el mostrador, abriéndola. Elevo la cabeza todo lo que puedo para ver una preciosa varita de color negro, con runas doradas en la empuñadura, muy fina en la punta redondeada. La coge con sumo cuidado y me la extiende, diciendo:
   -Pruébala, querida.
 Antes de coger la varita, miro a mi padre. Este me indica con un gesto, emocionado, que haga lo que el vendedor me ha dicho. Cojo la varita y miro a Ollivander, que se estruja las manos esperando a que haga algo.
   -Vamos, agítala
 Tal y como el hombre me dice, agito la varita con brusquedad, apuntando hacia la pared. Un cartel enmarcado estalla en pedazos y los fragmentos de cristal saltan por los aires. Mi padre y el vendedor se agachan a tiempo mientras que yo dejo la varita sobre el mostrador, avergonzada. Garrick Ollivander emerge del mostrador tras el cual se ha parapetado.
   -No, no es la adecuada, desde luego... -me señala con el dedo- Veamos... veamos... -dice, buscando en la tienda- Oh, endrino... tal vez el endrino -murmura como para si mismo, y vuelve con la caja. Repite la operación, soplando la caja antes de abrirla. Se trata de una varita muy tosca y con la empuñadura muy nudosa.
 Cuando me la da, la agito apuntando a unos libros amontonados. Estos salen disparados y yo me sobresalto, sorprendida de lo que puedo hacer con una varita en la mano. Aún así, sonrío levemente. Me gusta esa sensación.
   -No, tampoco -dice Ollivander, recorriendo la tienda.
Yo miro a mi padre, mientras tanto, dejando la varita sobre su caja. Este me sonríe, revuelve mis rebeldes rizos que se escapan de mi trenza, cayendo sobre mi cara. Ollivander regresa con otra caja. La abre. Es una varita hermosa, no muy larga, pero estilizada, con una espiral que asciende desde el mango hasta la mitad de la misma. Es de color claro y tiene dibujadas algunas runas. Me la da con una sonrisa y la cojo.
 Nada más tocarla, siento una extraña energía recorriendo mi mano, un cosquilleo que va desde mis dedos hasta mi codo. Tengo la sensación de que esa es mi varita y cuando apunto a una lámpara y agito la varita, la luz de esta aumenta de forma brillante. Ollivander sonríe.
   -Pino, 26 centímetros, núcleo de nervios de corazón de dragón... Inflexible. Son varitas para gente independiente e individualista, solitarios, intrigantes y misteriosos. Son varitas a las que les encanta la magia creativa, y perfectas para nuevos hechizos. Lo que más me gusta de esta varita, señorita, es que están destinadas a dueños que viven largas vidas... No conozco ni a un solo mago que tenga una varita de pino que haya muerto joven.
 Miro a mi padre. Me contempla, emocionado, feliz de que su niña ya tenga su propia varita, y de que vaya a vivir una larga vida, según ese sabio hombre.
   -Esta varita es la más sensible para la magia no verbal, pero no está hecha para duelistas... -Continúa Ollivander- Su núcleo de nervios de corazón de dragón la hace temperamental, y eso la hace vulnerable a la hora de producir accidentes, tenga cuidado, señorita Dawson. -me señala con el dedo sonriendo-
 Yo asiento con la cabeza, contemplando mi varita.
   -Dragón -dice mi padre- Lo sabía.
   -Veo que la conoce bien, señor Dawson -sonríe.
   -Soy su padre, señor Ollivander -mi padre saca la billetera de su bolsillo, y en ese momento, yo bajo la mirada mientras devuelvo la varita a Ollivander para que la vuelva a meter en la caja- ¿Cuanto es?
 Ollivander coloca la varita cuidadosamente en la caja y luego mira el precio marcado en esta:
   -Son 35 Galeones con ocho Sickles, señor Dawson.
 Mi padre empalidece momentáneamente, pero intenta que no se note, para que yo no me sienta mal. Saco de mi bolsillo la carta de Hogwarts y la abro para leerla otra vez mientras mi padre cuenta el dinero y lo va poniendo sobre el mostrador. Aún quedaba el uniforme, los ocho libros, el caldero, las redomas de cristal, el telescopio y la balanza, además de los pergaminos, las plumas y tinta. Sé lo que le cuesta ganar cien galeones a mi padre, y probablemente hoy se gasta mucho más de eso. Le miro con tristeza mientras paga y coge la bolsa con la varita.
   -Buenos días, señor Ollivander. Gracias por todo.
   -Gracias a ustedes -me mira- Suerte con esa varita, señorita Dawson.
Sonrío a Ollivander y mi padre me pone la mano en el hombro, saliendo de la tienda. Una vez fuera me da la bolsa.
   -¿Te gusta tu varita?
   -Es preciosa papá -murmuro- Pero...
   -¿Pero qué?
 Tomo aire.
   -Qué es muy cara.
 Mi padre pone los ojos en blanco.
   -Te dije que no pensaras en eso. Tengo ahorrado lo suficiente para que no te falte nada. Vamos a la tienda de mascotas -me dice- ¿Ya te has decidido que vas a querer?
 Sonrío radiantemente, pues hace mucho tiempo que quiero una mascota. Con una mano sostengo la bolsa con mi varita, y con la otra, cojo la de mi padre.
   -Si, papá.
   -Pues vamos allá -me sonríe, y caminamos hacia la tienda de mascotas por el concurrido callejón.
 Dicen que la varita elige al mago.
 Independiente, individualista, solitaria, intrigante y misteriosa. Mi varita dice de mi que soy creativa, que podría hacer magia no verbal fácilmente, y que viviré una larga vida.
 Y ahora que sabía como me veía mi varita, solo me quedaba saber como me verían los demás.


Finalista en el concurso "La Varita elige al Mago" de @FicsSHPF (2ª Posición)







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