domingo, 10 de noviembre de 2013

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Instante

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Toda mi vida podría resumirse ahora a un solo instante: ése instante. Sus labios me hacen olvidar que todo lo que nos rodea es relativo y que nada de lo que tenemos nos pertenece, ni siquiera la propia vida. No somos nada en la inmensidad del Universo, ante las estrellas tan solo somos diminutos puntos en un hosco océano. Estamos de paso mientras que todo lo demás se mantiene: el mundo, el cielo, las estrellas. Ellas arderán para siempre mientras que nosotros ardemos muy deprisa, estallamos en llamas y nos reducimos a cenizas. Pero en ese instante, todo parece importarme un poco menos, porque todo se resume a él, yo, el fuego que arde en la chimenea, la Casa de los Gritos, y ésa extraña magia que surge de dos personas que se aman cuando están juntas y a solas. 

El gemido que mana de sus labios llega a los míos con una caricia, mientras su mano en mi pecho me causa un escalofrío. A través de la fina tela del sujetador, puedo percibir el roce cálido de la palma de su mano, la presión justa de sus dedos, encendiendo esa chispa interna en mi sangre, la que necesitaba para que comenzara el incendio. Sin dejar de besar sus voraces labios, llevo mis manos a mi espalda, en busca del cierre de mi sujetador, para liberarme de él. Lo aparto, y él lo agradece, acariciando mi pecho con mayor libertad, apreciando más su tacto. Me mira un instante a los ojos, un instante que parece ser capaz de detener el tiempo.

Todo en el mundo, depende de un instante, porque a veces en la inmensidad del Tiempo, un segundo, lo significa todo. 


A veces, el tiempo es extraño. Siempre es extraño. Engañoso y traicionero, nos hace olvidar cosas que queremos recordar, y mantiene vivos los recuerdos que queremos olvidar. Pasa deprisa para los que quieren disfrutar de la vida y despacio para los que no la toman en cuenta. El fuego arde, consume los resecos leños de madera en la chimenea mientras nosotros nos prendemos fuego el uno al otro. Poco a poco, nos vamos desnudando. Ése sencillo ritual transcurre sin palabras, porque sabemos decírnoslo todo sin tener que decirnos nada. Rodamos por el colchón, nos abrazamos, nos besamos, gemimos y nos tocamos mientras que, poco a poco, nos vamos desprendiendo de todo aquello que se interponga entre nuestros cuerpos. 

Ambos estamos desnudos, solo la piel y una fina capa de sudor nos viste. Posada sobre él, beso sus labios, mientras saboreo la dulce vida que abandona estos en forma de aliento. Poco a poco, mis labios van descendiendo hasta su mentón, recorren su cuello, la línea perfecta que forma su tráquea cuando echa la cabeza hacia atrás, mostrándome la prominente nuez en el centro de la misma, siendo incapaz de resistirme a dar un bocado en ese bocado de Adán, huella de la manzana a cuya tentación el primer hombre de la religión cristiana, cayó por la mano de Eva. Mis labios no se sacian, quieren más, explorarle más. Sigo descendiendo mientras que mis manos acarician su torso. Beso, mordisqueo con los labios y con mis dientes en leves roces su pecho. Quiero llegar a su corazón, besarlo con intensidad cuando al posarme en el centro de su pecho noto el repiqueteo de su palpitar, pero entonces me doy cuenta de que ya estoy en su corazón. Mi lengua y mis dientes juguetean con uno de sus pezones, recorren su abdomen, que inquieto sube y baja por el ritmo acelerado de su respiración, se pierden por la linea de vello que va desde su ombligo hasta su pelvis. Dejo besos cálidos, intensos, lentos, posando los labios fuertemente, entreabiertos, apreciando su olor, su calor, su tacto, una de mis manos recorre la cara interna de su muslo y asciende, acariciando la caliente piel entre sus muslos mientras noto en mis labios el cosquilleo del vello que crece en el lugar de su cuerpo más oculto y mío. Oigo un gemido que procede de su garganta torturada por el placer. Sus temblorosos dedos alcanzan mi cabello. Lo acarician nerviosamente mientras que tomo en mi mano izquierda su miembro, recorriendo con mi lengua la senda marcada por el protuberante torrente sanguíneo hasta alcanzar su extremo e introducirlo dentro de mi boca buscando sus ojos con los míos al hacerlo. Me mira, sin perderse ni un detalle del instante, y cuando el placer que le causa la presión de mis labios en su sensible carne y la caricia de mi lengua, cierra los ojos con fuerza dejándose caer contra el colchón, donde su cuerpo se retuerce bajo el placer que le causo. Mientras que con mi mano izquierda tiro hacia atrás de su delicada piel, con mi otra mano acaricio sus endurecidos testículos. Cada uno de mis roces, cada una de mis acciones, le arrancan un gemido de placer. Mueve sus caderas como si estuviera haciéndome el amor en los labios, y sus nerviosas manos en mi pelo dirigen suavemente mis movimientos. Así me siento, soberana y ama de ése cuerpo al que condeno al placer con una sola de mis acciones, enloqueciendo de placer con su placer, sintiéndome excitada por verle tan sobrecogido, tembloroso, y entregado al placer que le doy. 

Noto que, algunos minutos indeterminados después, pues es dificil medir el tiempo cuando éste transcurre en medio del placer, tira suavemente de mi pelo.

   -Ever... -me susurra.

Entiendo lo que quiere decirme. Que pare o todo acabará. Pero quiero que acabe así, porque quiero volver a saborear su placer. Sigo e incremento la presión de mis labios, de mis dedos, de mi mano, e incluso la velocidad. Sus gemidos se hacen cada vez más fuertes, más intensos, más enloquecedores y excitantes. Y entonces puedo notar el pulso del latido que se produce en mis labios cuando su placer estalla al mismo tiempo que un gemido de alivio y placer le abandona, mientras su cuerpo entero se relaja. Percibo cada sensación que provoca en mis labios su orgasmo, su tacto, su sabor... Todo aquello hace que mi cuerpo enloquezca bajo el placer delirante del placer ajeno que llego a sentir propio. Saboreo el néctar cálido, ése torrente de vida y placer que le abandona para recorrer mi boca y mi garganta. 

Le miro un instante. Indefenso, bañado por un sudor cálido que hace que su hermoso cuerpo brille, todos sus músculos relajados, su pecho subiendo y bajando por la respiración agitada. En su cuello, su vena late impetuosamente, con el rostro girado hacia la chimenea. Me mira después. No ha dejado de acariciar mi cabello, y ahora lo hace con más dulzura, con menos ferocidad. Vuelvo a él, recorriendo su piel con mis labios hasta alcanzar su boca, a la que me entrego.

   -¿Y ahora qué? -me mira con gesto pícaro- ¿Eh? -sonríe antes de mordisquear mis labios.

Me encojo de hombros.

   -No tengo prisa...

Scor sonríe. Me besa suavemente, pero la suavidad de aquél beso empieza a hacerse más intensa. Mis ganas de él acrecientan aún más, si cabe. Me siento sobre sus caderas y cojo su mano, llevándola hasta mi entrepierna. Con un movimiento sutil que se lleva consigo un gemido, deslizo uno de sus dedos a mi interior, mientras que echo mi cabeza hacia atrás, mordiéndome el labio. Guío su mano solo al principio, después dejo que seas él quien me acaricie. Ahora me toca como si me tocara yo misma, sabe exactamente donde, como, a qué velocidad y de qué manera. Pongo mis manos en sus hombros, moviendo mis caderas mientras sus habilidosos movimientos hacen que mi placer se convierta en un placer salvaje.

¿Quién es capaz de medir el tiempo en medio de la vorágine impetuosa del placer carnal? No sé definir si transcurren tan solo segundos, o si son minutos que el placer hace cortos, o si son minutos que el placer hace que se me antojen pocos segundos... Es raro el placer, que hace que el tiempo se haga corto o largo al mismo tiempo. No sé cuanto tiempo transcurre mientras le miro a los ojos a la vez que me acaricia, solo sé que finalmente alcanzo el límite del placer al que me entrega, convirtiéndome en su esclava. La cálida sensación del orgasmo quema mis entrañas y sus dedos, me roba el aliento, me obliga a cerrar los ojos mientras sucumbo al paroxismo final del delirio más inmenso que puede sentir un cuerpo humano, y mientras gimo y jadeo con los labios entreabiertos, siento los suyos. Se ha incorporado hacia mí y me ha tomado por la cintura con la otra mano sin apenas yo percibirlo. Se sienta, y yo me abrazo a él, aún jadeando, aún sintiendo en mi cuerpo los espasmos causados por el orgasmo, le abrazo las caderas con mis piernas, me aprieto contra él, rozándole con mi húmeda desnudez, no deja de tocarme, su dedo entra y sale de mi cuerpo, su pulgar presiona mi sexo, y segundos después vuelvo a sentir otro orgasmo, aún más intenso y lento que el anterior, por el cual me obligo a morderme la lengua para no gritar de placer, mientras me hecho hacia atrás, sujetándome a su cuello con los brazos tensos. No es la primera vez que me pasa... No sé si yo soy exageradamente sensible, o si tal vez él es exageradamente hábil, pero la placentera sensación ha desordenado mis latidos, mi sangre, mi cuerpo, e incluso mi mundo. Ahora me siento indefensa y vulnerable entre sus brazos. Me lleva hasta él, rodeándome con sus brazos, besa mis labios jadeantes, mi cuello, masajea mis pechos, me eleva para alcanzar con su boca mis pezones, no deja de tocarme todo el cuerpo mientras que yo, aún estando desnuda, siento que me sobra hasta la piel para que pueda tocarme más adentro, para que pueda tocar también mi alma. 

Los minutos pasan. Pasan y por mucho que nos besemos, no dejamos de saciarnos. Me aprieto contra él con mi húmeda desnudez, moviéndome contra él para buscar placer en ése pecaminoso roce... Ha pasado ya tiempo desde que su placer se ha vertido y ahora recupera el vigor que necesita. 

Me mira a los ojos. Aparta con sus manos mi desordenado pelo. Respira de mi respiración y yo de la suya. Bebe de mi, mientras yo le bebo. Me mira a los ojos, me rodea con sus brazos y me vuelve contra el colchón, posándose sobre mí. Su sudor resbala por mi abdomen, se funde con el suyo cuando éste se posa contra el mío. Siento como me apuñala con sus ojos mientras mantiene el torso alzado con el brazo tenso, en el que se dibujan todas las fibras de sus músculos. No deja de mirarme al entrar en mí con un movimiento perfecto. Atraviesa mi cuerpo como si el suyo fuera una lanza candente que llena mi cuerpo de llamas. Estas lamen mi cuerpo hasta consumirlo, le araño la espalda y mis dedos se resbalan por esta por el sudor que la recorre. Alcanza lo más profundo de mí y yo elevo mis caderas arqueando mi espalda, retorciéndome de placer sobre el colchón. Le miro a los ojos mientras eso ocurre, mientras se mueve dentro de mí, despacio, llegando a lo más profundo de mi cuerpo, mientras yo levanto una de mis piernas, llevando mi rodilla hacia mí para darle mayor profundidad. Quiero tocar todo su cuerpo. Su espalda, su cuello, su pelo, sus nalgas tensas entre mis muslos... Le quiero, todo su cuerpo, toda su alma, toda su vida, la cual en el sentido más literal de todos, está en mis manos. El placer crece a nosotros al mismo tiempo. Los movimientos se intensifican y los gemidos también. Gimo y susurro su nombre, suplicándole que me lleve al paraíso al que me lleva poco después. Los dos alcanzamos el orgasmo casi al mismo tiempo, él unas milésimas de segundos, o tal vez segundos después que yo. Noto el calor que mana de él abandonar su cuerpo para llegar al mío, llenándome de ese torrente que tanto amo...

En ése momento, me pregunto... ¿Estará ocurriendo ahora? ¿Estaré quedándome embarazada de ésa preciosa niña cuyos ojos grises fueron lo más maravilloso que vi en mi futuro, a pesar de haberme tomado mi poción religiosamente? Le miro a los ojos mientras jadea contra mis labios. Por un lado deseo que así sea, porque ya la quiero. Por otro, quiero que no ocurra... Sería señal de que ese futuro, no se cumple.

Un te quiero se escapa de sus labios, mientras acaricio su nuca sudorosa, recorrida por las gotas de sudor que gotean su pelo. 

   -Yo también te quiero, Scorpius Malfoy... -murmuro- No eres capaz de llegar a saber cuanto...

Lo digo con conocimiento de causa. Le quiero ahora y le voy a querer dentro de diez años, aunque ya no esté, dependiendo de pociones para poder vivir sin él en ése mundo en el que su ausencia me impedirá respirar.

   -Pero yo te quiero más... -me dice, de forma traviesa, entre besos delicados.

Si, tal vez... ¿Quién es capaz de medir el amor, cuando la medida del amor es amar sin medida? No digo nada más. Agotado y pleno, tras un beso apasionado y tierno, se posa en mí con ligereza, sin hacerme daño. Se apoya en mi pecho, y yo acaricio su sudoroso pelo.

Una mujer puede sentirse capaz de todo sin necesidad de conquistar reinos ni ganar guerras. Una mujer puede sentirse capaz de todo simplemente con tener a su hombre rendido entre sus brazos tras la entrega mutua. Yo me siento mucho más que victoriosa, mucho más que capaz. Le tengo sobre mí, exhausto por haber ganado una guerra en mi cuerpo siendo derrotado por este, y con eso, ya lo he ganado todo. Ahora, mientras contemplo el fuego acariciando su pelo húmedo, sé que seré capaz de salvarle. 

Y que no le dejaré ir. Nunca.













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