Un regalo entre la niebla
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Salgo del Gran Comedor con la cabeza agachada. Llevo mi capa del uniforme colgada del brazo. Cuando salgo del castillo, me la echo sobre los hombros y me la ajusto, enroscándome la bufanda de Slytherin al cuello. Saco del bolsillo el gorrito de lana y me lo pongo. El profesor Flitwick me dice que no tarde demasiado tiempo fuera, que hace frío y que está cayendo una intensa niebla. Le prometo que estaré fuera solo unos minutos y que no me alejaré. Por supuesto, le miento.
Una vez salgo del castillo, me dirijo disimuladamente al Sauce Boxeador. Me aseguro de que no me vea nadie, porque debo estar violando más de una docena de normas. Una vez llego al Sauce Boxeador, repito el ritual de siempre, en el que cada vez tengo más práctica. Mientras recorro el pasadizo alumbrada por la varita, recuerdo el día de hoy. Me quedé dormida, llegué tarde a clase de Transformaciones, estaba tan cansada durante esta que cuando McCarty me preguntó que había que tener en cuenta con respecto a las Transformaciones según la temperatura, no supe que responderle y me restaron cinco puntos por los que Waldorf me miró indignada, a lo que yo la respondí levantando el dedo medio de mi mano izquierda, sin que me viera el profesor.
Tanto de lo mismo pasó en la siguiente asignatura: Pociones Pero de mi clase con Slughorn si pude sacar algo bueno. Había que elaborar poción herbovigorizante, y para ello había que utilizar mucosa de cerebro de perezoso. Slughorn puso en nuestras mesas un frasco de cada ingrediente. Yo tuve que elaborar la poción con Arya, Liesel y Solomon. Esperé a que ellos echaran el repulsivo moco a sus respectivos calderos, y yo lo eché al mío, y después, de la forma más disimulada posible, me metí el frasco en la bolsa. Claro que, es difícil hacer algo delante de Solomon sin que a este se le pase algo por alto. Cuando le miré, estaba mirándome, pero no dijo nada. Y yo seguí con mi poción como si no hubiera pasado nada. Mi poción, por supuesto, no fue aprobada por Slughorn, que me miró con gesto preocupado, y me puso una mano en el hombro diciendo que me tratara de esforzar más la próxima vez. No, desde luego que Slughorn no tenía previsto incluirme en su club de las eminencias
Cuando salimos de clase, vi que mi padre estaba delante de la puerta del despacho de Slughorn. Al verle me asusté. Luego recordé que mi profesor había dicho que iba a escribirle. Me miró con una sonrisa, pero con un gesto en el rostro que denotaba su preocupación por mis ojeras y mi mal aspecto. Slughorn se reunió con mi padre mientras que yo avanzaba con el resto de mi clase hasta la salida, hacia el Invernadero 3, donde teníamos la siguiente asignatura. Miré atrás al irme, y mi padre me miró también, antes de meterse en el despacho con el profesor. Pasé la clase de Herbología pensando en él y en su preocupación, en qué pasaría ahora después de que Slughorn le dijera que me dormía en clase y no atendía las lecciones ni terminaba mis tareas.
Algo que para mí era tan sencillo como extraer veneno de una tentácula venenosa, resultó ser una tarea imposible y no pude acabarlo antes de que el profesor Longbottom nos dijera que se había acabado el tiempo de la lección. No tenía clase hasta después de comer, y fui al despacho de Slughorn. Me senté en un banco a esperar a que mi padre saliera pero solo salió mi profesor, que me dijo que mi padre ya se había ido, y que le había dicho que me dijera que no podía quedarse, que tenía que hacer un importante encargo. Apesadumbrada me fui tras dar las gracias a mi profesor
El resto del día transcurrió igual de lento y aburrido, pero como si el aire fuera espeso y me costara avanzar a través de él. Sentía mi cuerpo pesado, los párpados me pesaban, la cabeza me daba vueltas. Era incapaz de concentrarme en nada. En el libro de Von Dekem ponía que la excesiva debilidad y el cansancio era un síntoma común tras los viajes. También ponía que algunas sibilas habían muerto de agotamiento por no tomarse los suficientes descansos y abusar de sus propias fuerzas. Mientras trato de desechar ese oscuro pensamiento, llego a la Casa de los Gritos. Cojo mi mochila vacía de allí, y con ella, salgo de la casa a Hogsmeade, bajándome el gorro y subiéndome la bufanda todo lo que puedo para que nadie me reconozca-
Pero... ¿Quien iba a verme? Era martes a las diez de la noche en Hogsmeade: no habia nadie. Todo el camino estaba oscuro, y mi temblorosa varita lo alumbraba a duras penas, con una luz casi cenital entre la espesa niebla que apenas me permitía verme las piernas más abajo de las rodillas. Admito que tengo un poco de miedo, que estoy sola en medio de la niebla que apenas me permite ver nada, de noche, con cientos de arboles inmensos a mi alrededor y los sonidos de a saber qué criaturas nocturnas pululando a mi alrededor. Pero no cejo en mi empeño. Necesito esas flores. Mi padre ha señalizado bien el lugar en el que se encontraban. No tardo en alcanzar el roquedal que había dibujado en sus años de estudiante en ése mapa improvisado en su cuaderno. Afortunadamente, las Moondew florecen todo el año, excepto durante las nevadas. Doy gracias al cielo de que todavía no hallan llegado las primeras nieves. La niebla es mas espesa en el suelo, por lo que tengo que hacer un Luctus para disipar la niebla, aunque no mejora mucho. Saco de mi mochila un frasco de cristal que cogido en la casa de los gritos. Lo lleno de agua con un Aguamenti y vierto sal y alcohol que llevo en pequeños frascos en mi bolsillo
Remuevo la mezcla agitando el frasco tras cerrarlo y lo abro de nuevo. Cojo las flores y con cuidado les arranco los pétalos, echándolos inmediatamente al frasco. No sé cuantas se necesitan para el filtro, así que, como tampoco hay muchas, decido coger todas las que hay. Mi padre siempre me ha aconsejado que de la naturaleza, hay que aprovechar todo lo que nos da.Y no es solo mi padre.También es mi maestro
Cuando he terminado de deshojar florecillas y echarlas al frasco, escucho un lamento cerca, entre la niebla, que me eriza el vello de la piel. Me quedo paralizada, con los ojos desorbitados, mirando a todas partes pero sin mover un músculo. Agudizo el oído. Solo oigo el leve murmullo del viento, el crugir de las hojas de los árboles al ser mecidas por la brisa, los animales nocturnos... Habrá sido un animal, solo eso. Recojo el frasco, lo meto en mi mochila, y me echo esta al hombro, cogiendo la varita del suelo, que sigue iluminada.
Es entonces cuando vuelvo a oirlo. Un sonido lastimero, un quejido reiterado, un penoso lloro. Con todos los músculos en tensión, miro a mi alrededor percibiendo el sudor que recorre mi espalda bajo la gruesa capa de lana, a pesar del frío. Escruto la niebla, a cada lado, detrás de mí... Silencio... Más silencio. La niebla no me permire ver nada, y cuando vuelvo a oirlo, me doy cuenta de que, sea lo que seadebe estar muy cerca,acurrucado bajo la niebla en la que se oculta. Sin sangre en las venas ya, trago con fuerza. Cualquier sonido, por pequeño que sea, en la niebla, de noche, a solas, parece inmenso. Aterrada, retrocedo un paso cuando vuelvo a oirlo, alejándome de ello,y dispuesta a huir cuando me doy cuenta de que aquello, sea lo que sea, no pretende asustarme, ni hacerme daño. Su quejido es de dolor, de angustia, de pena, miedo... Sea lo que sea está solo, y asustado. Entonces siento compasión de aquella criatura que la niebla oculta de mí...
- ¡Lumos Máxima!
El haz de luz es inmenso, demasiado inmenso, tal vez. Puede que con ello alerte a alguien y sea descubierta, pero sirve para disipar la niebla y ver una pequeña figura blanca y negra que tiembla escondida entre las rocas. Dos puntos brillantes refulgen con la luz que surge de mi varita: sus ojos vidriosos y temerosos. Es un cachorro. Voy corriendo hasta él, y me arrodillo delante del perrito, que no deja de tiritar
-Eh... ¿Que estas haciendo aquí, amiguito? -extiendo las manos hacia él y el animal rehuye un poco
-Vamos, no voy a hacerte daño... -dejo que me huela unos instantes las manos, pero no demasiado. Tiembla mucho y temo que se congele.
Le cojo entre mis manos y le llevo contra mi pecho, envolviéndole con mi capa. Al principio se resiste, pero cede al recibir el calor y se acurruca, agradecido. Pero el cachorro no deja de temblar ni de quejarse, y cuando le froto para que entre en calor, emite un agudo grito de dolor
-¿Estás herido?.
Me mira pero no sabe decirme que si, que lo está. No tardo en averiguar que está sangrando, porque tiene una herida profunda en la pata. No puedo evitar que los ojos se me llenen de lágrimas... Miro al pequeño animal tembloroso. Frágil, indefenso. Cualquiera podría hacer con él lo que quisiera y él seguiría sin entender porque le hacen daño...
- Tranquilo... No dejaré que te pase nada- Beso su temblorosa cabeza, sin preocuparme que pueda tener pulgas...
Ahora solo me importa que le he encontrado. O que él me ha encontrado a mí. Sus ojos negros, diminutos, parecen suplicarme que le ayude. Y lo voy a hacer. Me levanto con el pequeño perrillo en brazos y la mochila al hombro, camino a la Casa de los Gritos
Uno nunca sabe lo que va a encontrar entre la niebla. Iba con la intención de salvar una vida, y al final, voy a salvar dos. Nunca se sabe cuando vas a encontrar a alguien que te necesita, alguien que estaba solo, y que habría muerto de no ser porque ese día, yo estaba ahí. El destino se me hace cada vez mas curioso... Es el destino el que decide como unir a las personas. Y a mí me ha puesto hoy en el camino de ése pequeño cachorro abandonado
Cuando llego a la Casa de los Gritos, enciendo el fuego y extiendo la manta antes de dejar sobre esta al cachorrito, que no ha dejado de temblar. La pata herida es la delantera derecha. A la luz se nota que se trata de una mordedura de alguna criatura y cada vez que le toco grita de dolor
-Lo siento, pequeño... Tengo que mirarte... -pongo cojines alrededor del perro para que no se mueva mucho, aunque en las condiciones en que se encuentra, dudo que se aleje mucho.
Me quito el gorro, la bufanda y la capa. Busco alrededor un balde. Cojo uno lo lleno de agua. Cojo un trozo de sábana que rompo con las manos y lo meto en el agua. Cojo al perrito, contra mi pecho, y con la otra mano, limpio su herida, pero con cada roce, el animal se queja mucho. Tal vez tenga alguna fractura. Podría llevarle a la clínica de Hogsmeade mañana, pero... Entonces me descubrirían. Tengo que intentarle curar yo. Armarme de valor y seguir curándole aunque le haga daño cada vez que le rozo
-Tranquilo... Todo está bien... -le acaricio y le hablo en voz baja en tono suave. Me mira con ojos llenos de nobleza, esa con la que los perros miran a sus amos, a los que tan fielmente ama
La herida no parece infectada. Aun queda un rastro de alcohol en el pequeño vial que llevaba en el bolsillo. Lo uso para desinfectarle y me muerdo la lengua al oír como se queja
-Lo siento... Lo siento... -murmuro mientras le dejo sobre el colchón, en el que vuelve a temblar.
Sigo rompiendo la sábana para improvisar un vendaje
-Ahora tienes que ayudarme. Tengo que vendarte para inmovilizarte esa patita por si está rota... -le cojo la pata suavemente. No le gusta que le toquen las patas, como a todos los cachorros- Bueno... ¿Qué hacías ahí solito, eh? -le sonrío. El perro ladea la cabecita, buscando sentido al tono de mi voz. Supongo que le habrán dejado abandonado...
Es así como algunos valoran la amistad que un perro puede darle a un ser humano, dejandoles solos en medio de un bosque en el que morirán de hambre, frío, o atacados por otros animales
-Bueno... Has tenido suerte de que yo estaba ahí hoy... -empiezo a vendarle, con cuidado y paciencia, muy despacio
Termino de poner el vendaje al pequeño y lloroso perrito, que no para de gimotear. Ahora tiembla menos, pero con la patita inmovilizada, es incapaz de quedarse quieto, intranquilo. Además, parece hambriento. No tengo mucho ahí que poder ofrecerle, solo una caja de galletas que me llevé para picotear si tenía hambre. El perrito mordisquea las galletas, hambriento, tirándose a por los pequeños bocados que le ofrezco. Tal vez no tenga las semanas adecuadas para comer eso, ni sé si las galletas son adecuadas para que las coma un perro... Pero tiene hambre
Los animales no dejan de demostrarme cada día cuan maravillosos son. Una vez tiene el estómago lleno, y bebe de un balde limpio en el que le pongo agua fresca, se acurruca como le permite su patita vendada en el jergón, ya calentito y curado, pegado a mí, buscando mi calor.Yo le acaricio detrás de las orejas, sonriendo, conmovida por esa confianza que un animal le coge a alguien en cuanto se siente protegido y cuidado. Me doy cuenta de que ya le he cogido cariño y que no debo hacerlo puesto que tal vez sea el perrito perdido de alguien y deba devolvérselo. El viernes, si el perrito sobrevive, le llevaré a la clínica de Hogsmeade, Morgan & Draves, donde tal vez alguien haya puesto un cartel de "Perdido", o preguntado por él, aparte de que tal vez precise de los cuidados de un experto. Pero mientras llega ese día, yo cuidaré de él... Aunque tenga que dejarle en esa casa solo mientras tanto, pues no me le puedo llevar a Hogwarts
Mientras el pequeño perrito duerme a la luz del fuego, me dispongo a terminar de preparar los pétalos. Tal y como explicaba mi padre en su cuaderno, los extiendo en un paño limpio a esperar a que absorban todo el agua. Luego, limpio una rejilla sucia de la chimenea, la pongo sobre un mueble de la cocina ruinosa de la vieja casa, y extiendo ahí los pétalos. Luego cierro la puerta, cierro todas las puertas de la casa, y lo dejo todo dispuesto para que el perrito no encuentre nada peligroso en su camino. Me mira mientras yo voy de un lado para otro con su carita triste. Me acuclillo delante de él
-Tengo que irme, amiguito, pero prometo que mañana vendré, temprano, para traerte comida y ver como estás... -le acaricio detrás de las orejas- Pórtate bien, y no te hagas daño... -levanto un dedo, como dándole una lección- ¿De acuerdo?
El perrito me mira sin entender nada. Me pongo de pie y me pongo la capa, el gorro y la bufanda
-Tengo que irme, perrito... -camino hacia la entrada al pasadizo y oigo un ruidito detrás de mí. Me vuelvo y veo al cachorro viniendo detrás de mí cojeando. Su fidelidad me conmueve tanto que me emociono. Me agacho para tocarle- Volveré pronto...
Tengo que hacer un esfuerzo para irme y dejarle ahí. Pero si me lo llevo a Hogwarts me arriesgo a que le descubran y me le quiten...
¿Quitármelo? Pero si no es mío... El viernes seguramente encontraré a su dueño en la clínica de Hogsmeade, tendré que devolvérselo, ya está. Tal vez si me le llevo a Hogwarts podrían dárselo a su dueño, pero entonces descubrirían que yo me he escapado... No, mejor no. Teniendo agua y comida, sobrevivirá. Mañana le llevaré comida apropiada, vendajes limpios, díctamo para las herida y ya está. Cuando me alejo, le oigo aullar, porque no quiere estar solo
Llego a Hogwarts poco después. Un alumno de Hufflepuff me ve entrar al castillo, pero no me preocupa. Voy a la Sala Común, y paso de largo hacia mi dormitorio
Arya, Herea y Waldorf no están acostadas. Aprovecho la soledad para escribir una nota a Farqahurson:
"Conseguí mucosa de cerebro de perezoso en clase de pociones. Creo que era eso... La valeriana y el Moondew lo tendré listo la semana que viene"
Doblo la nota en forma de pajarillo de papel y lo echo a volar para que vaya en su busca
Me pongo el camisón y con un último bostezo me meto en la cama, pensando en el pequeño perrito que ahora debe estar aullando a solas en la Casa de los Gritos, en mi padre y su expresión de tristeza, y en Scor y su futuro... Con todo ello, me hundo, en la profundidad de un oscuro sueño
Mundo: no te olvides de despertar mañana
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