La Desconocida
Posted in Ever Dawson, Futuro, Roles
El Tiempo es silencioso, gris... Una sombra fría e invisible que nos acecha a todos. Oigo tic-tacs aún donde no hay relojes, porque puedo percibir la amenaza del tiempo... Mientras camino hacia la Sala Común tras haber cenado, escucho el latido del mundo en el corazón de todos los relojes del castillo... Corazones que laten hasta en los relojes parados. Y es que hasta un reloj, acierta en dar la hora correcta todos los días.
En mi fuero interno, tengo miedo. Miedo a cerrar a los ojos para no volver a abrirlos más. Pero más miedo me da el tiempo...
El tiempo es el mayor asesino del mundo. Mata el amor cuando a la pasión le puede la rutina. Mata a la belleza que oculta tras puñaladas de segundos que dejan cicatrices de arrugas en la piel. Mata a las personas, que tras el camino final solo encuentran una meta: la del fin del camino... Por eso hoy, a pesar de tener miedo, mi miedo al tiempo me infunde valor, pues un ser humano solo puede ser valiente cuando tiene miedo de verdad.
Entro a la Sala Común. Caras conocidas, pero ninguna lo suficiente como para recordarlas dentro de diez años, y ningún amigo. Escribo una nota apresurada en el reverso de un papel informativo que arranco del tablón de anuncios. La dejo en el sillón de Arya Dabney: "Me voy a la cama. Te quiero. Eso que no se te olvide nunca. Ever". Trago saliva, pues es una despedida apresurada. Por si acaso. Con un nudo en la garganta, voy hacia los dormitorios.
Me muerdo la lengua para no llorar. Llorar es de débiles, y la debilidad es de humanos. Las lágrimas no sirven como armas, solo sirven para afligirnos. Recuerdo las palabras de mi nota. Puede ser la última, y solo se me ha ocurrido decirle "Te quiero, eso que no se te olvide nunca". Ella ha sido siempre mi otra mitad, mi hermana, y esas posibles últimas palabras para ella han sido nimias y simples... Pero no hay nada que decir cuando el tiempo es quién tiene la última palabra. Al fin y al cabo es el que siempre la tiene. Entro al cuarto de baño. Me escondo en uno de ellos, evitando como puedo la nausea que sube por mi garganta. Salgo y me dirijo a los lavabos, reflejándome en el espejo que hay sobre este... Creo que he adelgazado, o tal vez son mis ojos hundidos, mis ojeras, y mi aspecto demacrado... Me lavo las manos y me doy cuenta de que tirito. No sé si es de frío o miedo. Pero creo que es miedo. Me miro en el espejo, y le hablo a mi reflejo como si no fuera yo
-Dawson... No hay nada que temer. El tiempo puede ser más fuerte, pero tú eres más cabezota -susurro.
Me seco las manos con el papel que arranco del dispensador, y salgo del baño. Por el pasillo me cruzo con los cuadros de siempre. Me doy cuenta de que, hasta la posibilidad de no volver a la bruja nariguda del cuadro de los fogones a la que he detestado siempre, me apena. Entro al dormitorio. Aún es pronto y la habitación está vacía. Abro mi baúl y cojo la caja de madera con los seis viales de Filtro de Muertos en Vida, de los cuales, uno ya está vacío. Bajo esta hay otra caja. Brand sabe que está ahí, y si me pasara algo, él se ocupará de decirles a mis seres queridos que dejé una carta para ellos. Apenas recuerdo lo que escribí en ellas. Palabras atropelladas, que seguramente vería demasiado simples para ser el epílogo de mi vida si las releyera algún día. Pero son palabras nacidas de un corazón que aún late... Por eso, y sin la certeza absoluta de la muerte, no son tan viscerales como deberían ser.
Cojo un camisón. Lo dejo sobre la cama para quitarme el uniforme. Me lo pongo y siento que es demasiado liviano para el frío que hace, pero sobre todo para el frío que hay en mí. Me meto en la cama con el vial que he cogido de la caja dentro de mi mano, y sentada, tapada hasta la cintura, desago mi trenza mirando hacia ninguna parte
Una vez he desecho mi trenza, me tumbo en la cama, y con cuidado, destapo el vial. El pequeño, casi minúsculo frasco, tiene la dosis justa para que mi cuerpo parezca un cadáver sin vida durante el tiempo que dure su efecto. Con cuidado, y sin miedo a la muerte en vida a la que me dirijo, vuelco en mis labios el contenido del vial... El efecto de la poción es casi inmediato, y hasta me cuesta trabajo dirigir mi mano hacia atrás, para esconder bajo la almohada el pequeño frasco de cristal... Mantengo los ojos abiertos mientras noto como el líquido va a apoderándose de mi torrente sanguíneo. Cuando empieza a infectar mi sangre con su ponzoñoso veneno dulce, los párpados me pesan y los ojos se me van cerrando. Quiero murmurar algo aunque ya mi cerebro no puede organizar letras, ni formar frases... Tan solo se va hundiendo, sumergiendo en un sueño profundo, quieto, oscuro, dulce, acogedor, y cálido. Mi cuerpo empieza a quedarse inmóvil. Noto como mi respiración se ralentiza, y mis sentidos se van apagando. Siento frío, un frío que atenaza mis músculos y cala mis huesos... ¿Es así el frío de la muerte? Un escalofrío me recorre el cuerpo al pensar en esa certeza... No, yo no quiero que ese frío le sobrecoja nunca a él... Intento apretar los puños, pero ya no siento mis dedos, y por un momento, escucho solo el sonido de mi corazón... Cada vez más lento, cada vez más débil... Y todo se vuelve negrura. Me dejo caer en el abismo de mi paraiso sucio y polvoriento en el que solo la negrura del tiempo lo envuelve todo con su sobrecogedora caricia...
Y en medio de esa gran negrura no hay nada ni nadie. Solo hay silencio. Un silencio largo y profundo que se instala en todos mis sentidos, convirtiendose en uno nuevo: el sexto y único sentido que me pertenece. Mis ojos permanecen cerrados, pero mi cuerpo empieza a despertar Puedo notar mis dedos fríos, mi cuerpo acostado, lánguido, abandonado sobre una cama en la que estoy arropada por mantas que pesan tanto sobre mi frágil ser que percibo que oprimen mis pulmones. Quiero abrir los ojos y despertar... Despertar... Y entonces...
...Abro los ojos y despierto, abriendo los labios y llevándome hacia los pulmones todo el aire que puedo encontrar en mi cuarto, pues siento que no puedo respirar y que me lleva faltando el aire mucho tiempo. Está oscuro. Estoy sobre una cama, y puedo ver un techo en el que se dibujan las ramas de los árboles, cuyas sombras, proyectadas por la luz de la luna, se reflejan en este. Miro a mi alrededor y tanteo con mis manos en la oscuridad casi total. Noto que mi cuerpo es ligero, y que esta vez, ella no está conmigo, dentro de mí. Mientras busco en la mesilla de noche el interruptor de la lámpara, me toco el pelo con la otra mano. Mi pelo es tan corto como la última vez que estuve en el futuro, pero esta vez, no estoy embarazada. Enciendo la luz y miro alrededor. Estoy en una habitación mediana, acogedora y sencilla. Nunca he estado allí. En ése momento recuerdo las palabras de mi padre la vez anterior. Hablaba de una mudanza. Y ése debía ser el destino. Miro hacia el otro lado y entonces mi corazón se paraliza, y me quedo sin aire en los pulmones al ver... una cuna.
Sonrío, casi involuntariamente. Con cuidado, porque estoy un poco mareada, me levanto de la cama. Siento en mis pies descalzos el frío suelo cuando me pongo de pie, con un liviano camisón y la espalda desnuda al no tener mi cabellera abrigándome esta. Sonriendo, y sin hacer ruido, avanzo hacia esa cuna, cubierta por un dosel de tul blanca, iluminado suavemente por la luz de la lámpara en la mesilla. Una emoción extraña recorre mi cuerpo cuando me apoyo acuclillo frente a la cuna, asiéndome a los barrotes. En la penumbra del cuarto puedo ver su preciosa carita a través de los barrotes. Está acostada sobre su costado izquierdo, y duerme tan placenteramente que temo que mi respiración me despierte. Está arropada por sábanas con puntillas y cálidas mantas suaves. Sus deditos diminutos cierran su mano en un puño cerca de su boca, cuyos labios entreabiertos componen un placentero gesto. Siento las lágrimas recorrer mis mejillas. Estoy viendo a mi hija, la que aún no ha nacido, la que aún ni siquiera ha sido concebida. No puedo reprimir la tentación de alzar la mano y acariciar su cabecita. Su piel es caliente, está cubierta de un suave cabello dorado, y desprende un olor indescriptible, a vida, a ternura, a amor... al amor más puro que existe. Me doy cuenta de que el embozo de la sábana tiene un bordado, junto a la puntilla. Creo reconocer la letra de Alhena en ése bordado... "C.E.M."
-Aún no sé como te llamas y ya te quiero más que a mí misma -le digo, en un susurro que hasta a mí me cuesta escuchar.
Me pongo de pie de nuevo, y me inclino sobre ella para dejar un beso suave pero intenso en su cabecita, sintiendo su olor invadiéndome como una caricia, emocionándome como nunca nada antes me había emocionado
-Te quiero... -le digo, mientras me incorporo haciendo un esfuerzo por alejarme, caminando de espaldas para irme de ahí, porque sé que me costará mucho hacerlo.
Giro cuando estoy cerca de la puerta y la abandono. Trago con fuerza y me seco las lágrimas. Me doy cuenta de que ella es mi todo, la única luz del futuro, la que me da fuerzas ahora, y me las dará después. Y me quedaría ahí, con ella, toda la noche, pero tengo que salvarle. Por él. Por mí. Por ella...
Bajo las escaleras sin dar la luz, alumbrándome tan solo por la luz que entra por la ventana. El lugar me es familiar, aunque no consigo identificarlo... Pero, ¿cómo me va a ser familiar? Mis pies descalzos bajan hasta la planta inferior. Al llegar abajo, me quedo quieta. Ya he estado antes aquí... ¿Pero cuando? Todo parece extrañamente familiar... Extrañamente desconocido. Recorro la estancia y busco por cada lugar que recorro algo que me de una pista. Es una casa sin memoria, una casa en la que todavía nadie ha dejado nada de si mismos. Pero entonces reconozco la sala en la que desperté por primera vez, la misma cristalera que da al pequeño jardín trasero. Allí, en una butaca, hay un periódico hacia el que corro, cogiéndolo entre mis manos temblorosas, y llevando la vista hasta la fecha de la primera página.
13 de Octubre de 2024...
Un escalofrío recorre mi cuerpo y el periódico se cae de mis manos. ¿Octubre de 2024? Solo quedan once meses... Y a mí ya me ha dado tiempo a quedarme embarazada, tener a mi hija, y que esta tenga al menos un mes... Es demasiado poco tiempo, tanto que me aflijo, y siento que mis rodillas no pueden sostenerme. Miro hacia delante, a la chimenea, hacia la que me acerco con pasos pesados, asustada por lo que he leído. Hay una foto de mi misma con la pequeña en mis brazos, recién nacida, con apenas horas de vida. Yo sonrío, pero mis ojos no lo hacen... Junto a esa foto, hay una foto de Albus y Alhena. Me doy cuenta de que es una foto de boda y una triste sonrisa se aparece en mi rostro junto a algunas lágrimas. Ella está preciosa, y él está elegante... Los dos están dichosos, pero hay mucha tristeza en sus ojos. Junto a la foto, hay un sobre rojo que cojo entre mis dedos temblorosos. Dentro hay una tarjeta. Reconozco la letra de Albus, y leo en voz alta
-"Esta llave abre el lugar en el que empezaron vuestros sueños. Porque fue vuestro rincón en el mundo... Y ahora es tuyo" -frunzo el ceño.
¿Llave? ¿Rincón en el mundo? La tarjeta está firmada por Albus y por Alhena...
-El lugar en el que empezaron nuestros sueños... -musito, mientras miro alrededor, dándome cuenta de todo.
Con la mano cubriendo mi boca, avanzo temblorosa por aquella casa hasta la salida de esta. Ya por el camino me voy dando cuenta de que algo ha cambiado allí dentro, pero que sigue siendo la misma casa... Aquella casa a la que le llevé aquél día, aquél rincón en el que comenzaron nuestros sueños. Salgo de allí, abriendo la puerta, bajando los escalones de la entrada, y cuando me detengo, me doy la vuelta mientras las lágrimas recorren mi cara... Es la casa de Bathilda Bagshot... Nuestro pequeño rincón en el mundo.Un escalofrío recorre mi cuerpo mientras siento que mis rodillas se doblan... La vista se me nubla. El mareo se hace cada vez más profundo
-No... No... Aún no... -murmuro, pero ya ni siquiera soy dueña de mi propia voz.
Me dirijo hacia la puerta pero tropiezo en uno de los escalones y caigo de bruces al suelo. Al incorporarme, veo gotas de sangre caer a los escalones, y paladeo en mis labios el sabor a sangre... Lágrimas de impotencia surgen de mis ojos confundiéndose con mi sangre al caer contra los escalones, y yo me dejo caer inevitablemente sobre estos, mientras la inconsciencia se apodera de mí. Quiero mantenerme ahí, despierta, seguir en ese lugar, pero solo puedo llorar mientras mis ojos se cierran...
...Pero no estoy dormida. Estoy entre la niebla, una niebla densa, azulada, pero que me envuelve en un abrazo fantasmagórico, blanquecino,como un vapor frío que me acaricia despacio, con manos gélidas y húmedas. Mis pies están en medio de la vía de un tren. Los raíles de hierro se pierden entre la niebla, hacia unas luces delicadas, como estrellas, que despuntan entre la niebla espesa en la que buceo. Como si esas luces fueran tentaciones, avanzo por ese paraíso de silencio, a través de la bruma, en dirección a las luces... Y poco a poco, puedo ver el final del tren. Es un tren diferente... Un tren mágico, como los que llevan a los sueños como viajeros. Dentro del vagón hay una luz acogedora... Y las paredes del exterior están pintadas con colores vivos destrozados por la erosión de las inclemencias del tiempo, pero aún se pueden percibir las inconfundibles letras de un tren circense... Mientras subo al vagón, puedo sentir que el frío de la niebla ya no me asfixia... Y recorro el vagón haciendo crugir bajo mis pies descalzos la madera del suelo, mientras observo las fotos que lo decoran... Una muchacha de cabellera larga de pie sobre un corcel blanco, y engalanada con joyas y gasas que la visten como una reina de la antigüedad... Títeres que cuelgan del techo, máscaras, bolas de cristal... Abro la puerta del vagón al final del mismo, y salto la distancia que hay hasta el siguiente, cuya puerta, estáa abierta... Noto una presencia. Al fondo del vagón, hay una mujer, sentada frente a un tocador cuyo espejo no la refleja. Tiene una melena negra y espesa, y también viste como una reina. Al verla, antes incluso de haberla reconocido, ya puedo sentir el escalofrío que me recorre el cuerpo como una llamarada recorre el incencio cuando este comienza... Y de pie me quedo, observándola, sin poder decir nada...
Advierto su presencia tras de mí y siento una corriente de distintas emociones que se fusionan en una sola. Cierro los ojos durante unos segundos antes de ponerme de pie. Me giro despacio y entonces la veo, frente a mí muy cerca pero a la vez tan lejos. Sonrío dulcemente sintiendo que por unos segundos me quedo sin fuerzas al verla frente a mí
-Mi ángel...
-¿Era así como me llamabas cuando no tenía nombre?
Tu dulce voz, una voz dulce que parece agonizar en tu garganta rompe el silencio que nos envuelve. Siento el abrazo de esa melodiosa voz al mismo tiempo que siento que me arde la mirada
-Si, así se les llama a los ángeles...
-Me abandonaste... ¿También se les abandona a los ángeles? -noto lágrimas en mis ojos, pero son tan frías que no llegan a caer.
Ni siquiera sé donde estoy, ni tampoco lo he pensado... Ahora solo me importa quien es ella, y que está ahí.
Siento una punzada de dolor clavarse en lo más hondo de mi corazón hasta traspasar mi alma. El dolor en tu mirada clavándose en la mía, el frío de tus palabras al ser arrastradas por el viento. El viento las acuna y las vuelve aún más frías. Siento en mis ojos el frío beso de las lágrimas y sin dejar de observar tu hermoso rostro hablo
-Los ángeles nos protegen pero nosotros también debemos protegerles a ellos... Yo abandoné a un ángel para protegerle.
-Una madre protege a sus hijos cuidando de ellos... -noto que ahora una lágrima recorre mi cara.- No dejándoles sin ella...
Siento un fuerte dolor nacer de mis entrañas al ver esa lágrima traicionera rozando tu mejilla. Tus palabras me hacen daño, un daño extremo que no se puede medir con palabras porque no existen palabras capaces de describirlo
-Y cuidé de ti... La mejor forma que tenía de cuidar de ti era dejándote ir de mi lado.
-¿Por qué estás aquí? -pregunto, esforzándome para alzarme por encima de mi debilidad.- ¿Dónde estoy?
Siento más su dolor que el mío propio. Ese dolor que la causé al regalarla la vida que ella creyó que la robaba. Una lágrima impera mi mirada hasta desbordarse por mi mejilla. Doy unos cuantos pasos hacia delante deteniéndome cuando estoy lo suficientemente cerca de ella como para respirar el dulce aroma que desprende su cabello. Poco a poco acerco mi mano a su rostro hasta rozar su húmeda mejilla con las temblorosas yemas de mis dedos. El contacto de mi piel con la suya hace que sienta una corriente de dolor y emoción al mismo tiempo
-Porque te estás muriendo... -Murmuro con la voz rota
-Porque te estás muriendo... -Murmuro con la voz rota
-¿Muriéndome? -pregunto
Cuando apartas tu rostro de las yemas de mis dedos retrocediendo un paso hacia detrás siento que te alejas de mí aún más. Cierro los ojos unos segundos y al abrirlos te miro a los ojos
-Si... Por eso estás aquí... Por eso he podido llamarte.
-Si... Por eso estás aquí... Por eso he podido llamarte.
-Entonces... ¿Tú estás...?
Tus palabras llegan a mis oídos clavándose en ellos. Tu dolor es tan inmenso que hasta se puede respirar. Mantengo mi mirada fija en la tuya
-Mi ángel... Tú misma puedes elegir a donde ir sin necesidad de tomar esa poción que te arrancará la vida.
-Mi ángel... Tú misma puedes elegir a donde ir sin necesidad de tomar esa poción que te arrancará la vida.
-Pero no sé como hacerlo... -sollozo, aún sin saber por qué, si por qué me estoy muriendo, porque él va a morir, o porque de pronto tengo la certeza de que ella está muerta-. Tengo que salvarle... -murmuro
Sonrío dulcemente tratando de asesinar tus lágrimas
-Claro que sabes como hacerlo... Bastará con que decidas a donde ir y sabrás cómo hacerlo porque todo ello está en ti... Aquí... -Poso mi mano derecha sobre tu corazón sintiendo un profundo dolor al hacerlo- No podrás salvarle si mueres...
-Claro que sabes como hacerlo... Bastará con que decidas a donde ir y sabrás cómo hacerlo porque todo ello está en ti... Aquí... -Poso mi mano derecha sobre tu corazón sintiendo un profundo dolor al hacerlo- No podrás salvarle si mueres...
-Ayúdame... Por favor... -imploro.
Sus suaves manos apoyadas sobre la mía ejerciendo fuerza contra su pecho me dan aún más fuerza. Siento en la palma de mi mano el latido de ese noble corazón que latió durante nueve meses en mi vientre. Te miro a los ojos, esos ojos en los que puedo verme tal cual soy- Corazón de mi corazón, sangre de mi sangre... Mi ángel, estaré a tu lado en cada paso que des Cierro los ojos y sin apartar la mano de tu pecho acerco mis labios hasta tu frente para dejar un suave beso sobre la misma, un beso que hace que mis lágrimas lloren antes que yo
-Vuelve a casa...
-Vuelve a casa...
Todo se apaga... Se difumina como una pincelada sobre el papel. Se borra como tinta en el agua. Ya no queda rastro del tren en llamas, ni de la niebla, ni de la mujer que me dio la vida... Ahora solo queda un pensamiento en medio de la vorágine en la que me encuentro, un pensamiento que devora mi alma, la cual huye de mi cuerpo lentamente: me estoy muriendo
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